Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: —Por mí, me iría mañana. Sólo llevamos fuera dos meses, pero ya estoy apremiando a Long para que regresemos. Hubo una pausa superior al retraso electromagnético. —¿Y cómo está? —dijo Swenson—. Me refiero a Long. Rioz miró por encima del hombro. Podía oír el apagado murmullo del video instalado en la cocina. —No le entiendo. Una semana después de iniciar el viaje, me pregunta: «Oye, Mario, ¿por qué eres chatarrero?» Y yo le digo: «Pues para ganarme la vida. ¿Qué creías?» ¿Te das cuenta qué tipo de pregunta que es ésta? ¿Por qué somos chatarreros? Y él me responde: «No es por eso, Mario». Y añade: «Eres chatarrero porque haces las cosas a lo marciano». —¿Y qué quiso decir con eso? —preguntó Swenson. —No se lo pregunté —dijo Rioz encogiéndose de hombros—. Ahora está escuchando a un terrestre llamado Hilder por la ultra microonda de la Tierra. —¿Hilder? Por lo que sé es un político, miembro de la Asamblea o algo parecido, ¿no es así? —Eso creo. Long es muy aficionado a estas cosas. Se ha traído más de seis kilos de libros que tratan de la Tierra. Eso es un peso muerto. —Pero es tu socio. Y hablando de socios, creo que será mejor volver al trabajo. Si dejo escapar otro armazón me asesina. Swenson desapareció de la pantalla y Rioz se recostó en el asiento contemplando la línea verde y recta que marcaba el pulso del aparato de detección. Probó un instante el multi—explorador. Pero el espacio seguía vacío. Se sintió algo mejor. Una racha de mala suerte aún es peor cuando los demás chatarreros encuentran un armazón tras otro, o si los bajan en espiral hasta las fundiciones de Fobos con la señal de los otros marcada en sus cascos. Por otra parte, se le había pasado el enfado con Long. Se equivocó asociándose con él. Siempre era una equivocación formar sociedad con un novato. Todos ellos creían que quería conversación, y más que nadie Long, con sus fantásticas teorías acerca de Marte y del nuevo e importante papel que le correspondía en el progreso humano. Así lo decía: Progreso Humano, a lo marciano. La Nueva Minoría Creadora. Rioz no quería conversación, sino conseguir unos cuantos armazones. Pero no tenía otra elección. Long era muy conocido en Marte y obtenía buenas ganancias como ingeniero de minas. Era amigo del comisario Sankov y había participado en dos breves expediciones: no se puede rechazar a nadie sin someterle a una prueba. ¿Y por qué un acreditado ingeniero de minas deseaba vagar por el espacio? Rioz nunca se lo preguntó a Long. Los socios de una empresa chatarrera tienen que convivir íntimamente, y la curiosidad no es deseable, ni siquiera algo seguro. Pero Long hablaba tanto, que. respondió a la pregunta sin necesidad de que su compañero se la formulase: —Tenía que salir aquí, Mario —le dijo—. El futuro de Marte no está en las minas, sino en el espacio. Rioz se preguntó cómo resultaría un viaje solo. Todos le decían que esto era imposible. Incluso sin tener en cuenta las ocasiones perdidas al tener que abandonar la guardia, para dormir o atender otras cosas, era bien sabido que un hombre solo en el espacio terminaría por caer en una intolerable depresión en breve tiempo. Con un compañero, era factible un viaje de seis meses. Una p: tripulación completa hubiera sido lo mejor, pero ningún chatarrero tenía suficiente capital para comprar una nave grande, que sólo en propulsión consumía una fortuna... Y ni siquiera dos era una cifra idónea en el espacio. Por lo general había que cambiar de compañero a cada viaje, ya que no se congeniaba con todos por igual. Tal era el caso de Richard
Autor: dGx@MIGUEL
Temática: General
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Autor: Administrador
Temática: Ficción
Descripción: Hay diferencias, naturalmente. Los miembros del TDA nunca han intentado solucionar misterios en la vida real y ninguno de ellos tiene una idiosincrasia tan definida como los miembros de los Viudos Negros. En realidad, tanto en lo particular como en lo general, los miembros del TDA son gente amable y existe un afecto mutuo que es conmovedor. Por lo tanto, les aseguro que los personajes y los acontecimientos de los cuentos de este libro son de mi propia invención y no tienen semejanza con nadie ni nada perteneciente al TDA, excepto en la medida en que puedan parecer inteligentes o amables. Henry, el mozo, es particularmente una invención mía y no tiene análogo, ni siquiera lejano, en el TDA. De modo que, teniendo un argumento y un fondo en el cual desarrollarlo, escribí un cuento que llamé La Risita aunque fue rebautizado con el nombre de La Risita Adquisitiva 2. Después de vender el primero no hubo quien me detuviera, por supuesto. Comencé a escribir un cuento tras otro sobre los Viudos Negros y en poco más de un año había escrito ocho y los había vendido todos a la EQMM. El problema era que, a pesar de que me contenía y no escribía todo cuanto quería, aún producía con más rapidez que la apropiada para que la EQMM los publicara. Finalmente cedí bajo la presión de no escribir, de modo que escribí tres más a mi ritmo natural de producción y decidí no bombardear más a la revista con ellos. Luego escribí un cuarto y se los vendí. Eso hizo un total de doce, con un número suficiente de palabras como para un libro. Doubleday & Company, mis leales editores, habían esperado pacientemente, entre bastidores, desde la aparición del primer cuento, y por lo tanto hoy los reúno todos bajo el nombre de Cuentos de los Viudos Negros. Y aquí los tienen. ¿Alguna pregunta? 2 Invariablemente, la EQMM cambia mis títulos. No me molesta porque siempre espero ansioso la publicación del libro en el cual puedo volver los títulos a su original. Algunas veces no lo hago, como en las rarísimas ocasiones en que un cambio de título de la editorial recibe mi aprobación. Por ejemplo, creo que La Risita Adquisitiva es mejor que La Risita, de modo que dejo este último.
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Temática: General
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Temática: General
Descripción: 6 conjunto, suman unos trescientos, aunque las tres cuartas partes son mujeres y niños. - Entiendo. Intentan esconderse donde las Tinieblas, y las... las Estrellas no puedan alcanzarlos y donde resistir cuando el mundo se convierta en un caos. - Es una hipótesis. No será nada fácil. Con toda la humanidad enferma, las grandes ciudades ardiendo, y lo que no podemos ni imaginar, las condiciones de supervivencia se reducirán al mínimo. Con ese objeto hay alimentos, agua, protección y armas en el Refugio... - Y algo más - intervino Aton -. También nuestros Informes, excepto los que recogen estos últimos momentos. Esas fichas lo serán todo para el siguiente ciclo y eso es lo que debe sobrevivir. El resto puede irse al diablo. Theremon suspiró largamente y se mantuvo un rato inmóvil en la silla. Los hombres en torno a la mesa habían sacado un tablero de multiajedrez y contemplaban una partida a seis. Los movimientos eran realizados con rapidez y en silencio. Todas las miradas parecían concentrarse profundamente en el tablero. Theremon los miró con curiosidad capciosa y luego se levantó para acercarse a Aton, que se mantenía aparte en sigilosa conversación con Sheerin. - Escuchen - dijo -, vayamos a algún sitio donde no molestemos a los demás. Quiero hacer algunas preguntas. El anciano astrónomo lo miró cejijunto, pero Sheerin gorjeó alegremente: - Cómo no. Me hará mucho bien poder hablar. Siempre me consuela. Aton estaba exponiéndome sus ideas sobre la reacción del mundo en caso de que fallara nuestra predicción, y coincido con usted. Leo su columna con bastante regularidad, por cierto, y debo decirle que me agrada su punto de vista. - Por favor, Sheerin - gruñó Aton. - ¿Eh? Vaya, está bien. Iremos a la sala de al lado. En cualquier caso hay sillas más cómodas. Las sillas eran más blandas en la habitación de al lado. Había rojas cortinas en las ventanas y una alfombra marrón cubría el suelo. Con el mortecino y rojizo reflejo de Beta, la impresión general le helaba la sangre a uno. - Vaya - se quejó Theremon -, no sé lo que daría por una decente ración de luz blanca, aunque fuera sólo durante un segundo. Me gustaría que Gamma o Delta estuvieran en el cielo.
Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: A HARLAN ELLISON, cuya brillantez de personalidad sólo se ve superada por la magnitud de su talento.
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Temática: General
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Temática: General
Descripción: 6 -Pueden repetirlo? -Probablemente no. Nunca nos han informado de nada semejante. -¡Bien! No me molesta en absoluto que Andrew sea el único. -Me temo que la empresa querrá recuperar ese robot para estudiarlo. -Olvídelo -replicó el Señor. Se volvió hacia Andrew-: Vámonos a casa. -Como usted desee, Señor -dijo Andrew. 4 La Señorita salía con jovencitos y no estaba mucho en casa. Ahora era la Niña, que ya no era tan niña, quien llenaba el horizonte de Andrew. Nunca olvidaba que la primera talla en madera de Andrew había sido para ella. La llevaba en una cadena de plata que le pendía del cuello. Fue ella la primera que se opuso a la costumbre del Señor a regalar los productos. -Vámos, papá. Si alquien los quiere, que pague por ellos. Valen la pena. -Tu no eres codiciosa, Mandy. -No es por nosotros, papá. Es por el artísta. Andrew jamás había oído esa palabra y en cuanto tuvo un momento a solas la buscó en el diccionario. Poco después realizaron otro viaje; en esa ocasión para visitar al abogado del Señor. -Qué piensas de esto John? -le preguntó el Señor. El abogado se llamaba John Feingold. Era canoso y barrigón, y los bordes de sus lentes de contacto estaban teñidos de verde brillante. Miró la pequeña placa que el Señor le había entregado. -Es bella... Pero estoy al tanto. Es una talla de un robot, ese que has traído contigo. -Si, es obra de Andrew. Verdad, Andrew?
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Temática: General
Descripción: 6 –Yo no usaría la palabra robot, señor Edwards. Era un artefacto mecánico. Nadie ha afirmado que los robots en sí sean peligrosos, y desde luego no se ha dicho nada sobre los robots corrientes de metal. Aquí se trata sólo de esos artefactos extraordinariamente complejos, de apariencia casi humana, que parecen hechos de carne y hueso y a los que podríamos denominar androides. En realidad, es tal su complejidad que tal vez incluso puedan explotar; no soy un experto en ese campo. La industria de la robótica se recuperará. –A nadie en el Gobierno parece importarle llegar al fondo de este asunto –insistió obstinadamente Edwards. –Ya le he explicado que el suceso no ha tenido más que buenas consecuencias. ¿A qué remover el fango del fondo, cuando la superficie del agua es transparente? –¿Y el hecho de que se emplease un desintegrador? La mano de Janek, que había estado dándole vueltas al frasco con las barritas de soja que tenía sobre la mesa, permaneció inmóvil un instante, luego reanudó su movimiento rítmico. –¿Qué es eso? –preguntó despreocupadamente. –Señor Janek, creo que sabe usted a qué me refiero –dijo Edwards con vehemencia–. Como parte del Servicio... –Al que naturalmente ya no pertenece. –Aun así, como parte del Servicio, no pude evitar enterarme de cosas que no siempre debí haber oído, supongo. Había oído hablar de una nueva arma, y en el Tricentenario vi ocurrir algo que hubiera requerido su intervención. E1 objeto que todos habían tomado por el presidente se desvaneció en una nube de polvo muy fino. Fue como si cada átomo del objeto hubiera perdido los lazos que lo unían a los demás átomos. El objeto se convirtió en una nube de átomos individuales, que desde luego en seguida comenzaron a combinarse de nuevo, pero dispersándose con tanta rapidez que sólo se vio un momentáneo destello de polvo. –Muy de ciencia ficción. –Desde luego no comprendo el funcionamiento científico del proceso, señor Janek, pero no se me escapa que para romper esos lazos atómicos se necesitaría bastante energía. Esa energía tendría que tomarse del medio ambiente. Las personas que estaban cerca del artefacto en aquel momento, a las que yo podría localizar y que sin duda estarían dispuestas a declarar, coincidieron en señalar que sintieron una oleada de frío sobre sus cuerpos.
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Temática: General
Descripción: 6 -¿Puede sugerirme alguno que sea bueno y que no esté excesivamente lejos? -Encontrará usted una guía profesional de la ciudad en la oficina postal -dijo el Mant-Comp educadamente-. Sólo necesita teclear «abogados». -Me refiero a uno bueno. Un tipo listo. Causas perdidas. Cosas así. Se echó a reír, confiando en arrancarle al menos una sonrisa al otro. No lo consiguió. -Todos están descritos allí -dijo el Mant-Comp-. Liste sus necesidades, y obtendrá usted evaluaciones, edades, domicilios, honorarios, antecedentes. Encontrará cualquier cosa que desee, si pulsa las teclas adecuadas. Y funciona. Lo revisé la semana pasada. -Mire, no es eso lo que deseo, amigo. -La sugerencia de que pulsara las teclas adecuadas había despertado el habitual estremecimiento en su espina dorsal-. Desearía su recomendación personal, ¿entiende? El Mant-Comp agitó la cabeza. -Yo no soy una guía profesional. -Maldita sea -dijo Bradstone-. ¿Qué es lo que pasa? Dígame un abogado. Cualquier abogado. ¿Acaso hay alguna ley que prohiba saber algo sin necesidad de tener que recurrir a una computadora? -Utilizar la guía profesional cuesta diez centavos. Si tiene usted más de diez centavos registrados en su tarjeta, ¿cuál es su problema? ¿No sabe utilizar su tarjeta? ¿O acaso es usted...? -sus ojos se abrieron enormemente ante la brusca comprensión-. Oh..., demonios... ¡Por eso hizo que Reggie pidiera la comida por usted! Escuche, yo no sabía... Bradstone retrocedió. Se dio la vuelta para echar a correr fuera de aquel lugar, y casi chocó contra un hombre grueso, de tez rubicunda y cráneo casi calvo. El hombre grueso dijo suavemente: -Un momento, por favor. ¿No es usted la persona que le compró una hamburguesa a mi hijo hace un rato? Bradstone vaciló, luego asintió, notando la boca seca. -Me gustaría pagársela. Todo está bien, no se preocupe. Sé quién es. Yo manejaré su tarjeta por usted. El Mant-Comp intervino rápidamente:
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Temática: General
Descripción: 6 –¿Estuve preguntando por ti? Intenté recordar. –Constantemente, mientras te hallabas semiconsciente. Estuve aquí ayer, pero no estabas despierto del todo. –Creo recordar –dije. Luego aparté el asunto a un lado–. Escucha, John. –Mi voz era más bien débil, pero empecé desde el principio el solo de Mercurio–. «Oh, soy el mensajero celestial, de la mañana a la noche no descanso ni un momento; cumplo con mis diligencias todo el día...» Y seguí hasta el final. John asintió, siguiendo el compás mientras yo cantaba. –Bonito –dijo. –¡Bonito! Es Tespis. Asistí a tres representaciones en Londres. Ni siquiera tuve que hacer nada para conseguirlo. Mi alter ego..., un corredor de bolsa, por cierto, llamado Jeremy Bentford..., lo hizo por iniciativa propia. Incluso intenté conseguir una copia de la partitura. Logré que Bentford entrara en el camerino de Sullivan durante la tercera representación. No necesité mucho. Él se sentía igualmente ansioso; éramos muy parecidos, de ahí la resonancia, por supuesto. »El problema es que fue descubierto y echado. Llegó a tener la partitura en sus manos, pero no pudo llevársela. Así que tienes razón. No podemos cambiar la historia pasada... Sin embargo, podemos cambiar la historia futura, puesto que tengo las melodías más importantes de Tespis en mi cabeza... –¿De qué estás hablando, Herb? –dijo John. –¡De Inglaterra! ¡De mil ochocientos setenta y uno! Por el amor de Dios, John. ¡De la transferencia temporal! John casi dio un salto en su silla. –¿Así que por eso es que querías verme? –Sí, por supuesto. ¿Cómo puedes preguntarlo? ¿Acaso no has estado aquí todo el tiempo? Dios mío, me enviaste hacia atrás en el tiempo. A mi mente, al menos. John parecía absolutamente desorientado. ¿Acaso yo estaba diciendo tonterías? ¿Había sufrido daños mi cerebro después de todo? ¿No estaba diciendo lo que yo creía que estaba diciendo?
Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: proporciones iguales. Berzelius, el dictador químico en aquella época, fue informado de esta particularidad, pero rechazó aceptar tal creencia hasta que, en 1830, él mismo descubrió algunos ejemplos. Denominó a tales compuestos, de diferentes propiedades pero con elementos presentes en las mismas proporciones, «isómeros» (a partir de las palabras griegas que significan «partes iguales»). La estructura de las moléculas orgánicas era realmente un verdadero rompecabezas en aquellos días. Los químicos, perdidos en esta jungla de la Química orgánica, comenzaron a ver un rayo de luz, en 1850, al descubrir que un determinado átomo se podía combinar solamente con un cierto número de otros átomos. Por ejemplo, el átomo de hidrógeno aparentemente se podía unir sólo a un único átomo de otro elemento: formaría ácido clorhídrico, HCl, pero nunca HCl2. De manera similar, el cloro y el sodio solamente podrían unirse a otro átomo, formando en este caso el NaCl. Por otra parte, un átomo de oxígeno podría unirse a dos átomos de otro elemento: por ejemplo, H2O. El nitrógeno podría unirse a tres: por ejemplo, NH3 (amoníaco). Y el carbono podía combinarse hasta con cuatro: por ejemplo, Cl4C (tetracloruro de carbono). En resumen, parecía como si cada tipo de átomo tuviera un cierto número de ganchos mediante los cuales pudiera unirse a otros átomos. El químico inglés Edward Frankland denominó a estos ganchos enlaces de «valencia», a partir de una palabra latina que significa «poder», para significar los poderes de combinación de los elementos. El químico alemán Friedrich August Kekulé von Stradonitz, verificó que, si se asignaba al carbono una valencia de 4 y si se suponía que los átomos de carbono podían utilizar aquellas valencias, al menos en parte, para unirse en cadenas, en este caso podría dibujarse un mapa a través de aquella jungla orgánica. Su técnica fue perfeccionada haciéndola más visual gracias a la sugerencia de un químico escocés, Archibald Scott Couper, según la que estas fuerzas de combinación de los átomos («enlaces», tal como generalmente se las denomina) se representan en la forma de pequeños guiones. De esta manera, las moléculas orgánicas podrían edificarse al igual que muchos juegos de estructuras «engarzables». En 1861, Kekulé publicó un texto con muchos ejemplos de este sistema, que demostró su conveniencia y valor. La «fórmula estructural» se convirtió en el sello del químico orgánico. Por ejemplo, las moléculas del metano (CH4), el amoníaco (NH3), y el agua (H2O), respectivamente, podían ser representadas de esta forma: Las moléculas orgánicas podían representarse como cadenas de átomos de carbono con átomos de hidrógeno unidos a los lados. Así el butano (C4H10) tendría la estructura: El oxígeno o el nitrógeno podían entrar a formar parte de la cadena de la siguiente manera, representando a los compuestos alcohol metílico (CH4O) y metilamina (CH5N) respectivamente, de la forma siguiente:
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Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: —Lucky Starr, ¿eh? El nombre le sienta. ¿Pero qué ocurre con él? Esta idea es suya, después de todo. —Exacto. Es el tipo de idea que él suele tener. Creo que la próxima será atacar el consulado de Sirio en la Luna. —Ojalá lo haga. —No bromees. A veces pienso que tú lo apoyas en su idea de que todo debe hacerlo como tarea de un solo individuo. Por esto he venido a la Luna; quiero vigilarlo de cerca a él y no a la nave espacial. —Si a eso has venido, Héctor, no estás atendiendo la tarea. —Oh, vaya, no puedo estar tras él todo él tiempo, como una gallina clueca. Pero Bigman está con él; le he dicho al hombrecito que lo despellejaría vivo si Lucky se decide a invadir el Consulado de Sirio solo. Henree se echó a reír. —Te digo que lo hará —gruñó Conway—. Y lo que es peor es que logrará lo que se proponga, por supuesto. —Excelente, entonces. —¡Sólo falta que tú lo alientes y alguna vez se arriesgará demasiado, y ya sabes lo valioso que es para perderlo! John Bigman Jones se contoneaba sobre el piso formado por grandes placas cuadradas, llevando con mucho cuidado su vaso de cerveza. No había campos de seudo-gravedad fuera de la misma ciudad, de modo que allí, en el espaciopuerto, cada uno debía hacer como mejor pudiese para marchar por una zona de gravedad lunar. Por fortuna, John Bigman Jones había nacido y se había criado en Marte, donde la gravedad era sólo dos quintos de la normal, de modo que su situación actual no era tan mala. En este momento pesaba unos ocho kilogramos, en Marte pesaría veinte y en la Tierra cuarenta y ocho. Se encaminó hacia el centinela, que lo había observado con mirada divertida. El centinela llevaba el uniforme de la Guardia Nacional Lunar y estaba acostumbrado a la baja gravedad. John Bigman Jones dijo: —Eh, tú, no te estés allí tan triste; te he traído una cerveza, tómatela a mi salud. El centinela le echó una mirada sorprendida y luego, con pesar, repuso; —No puedo; estoy de servicio, ya lo ves. —Oh, vaya. En fin, me haré cargo yo. Soy John Bigman Jones; llámame Bigman. Bigman le llegaba al centinela hasta el hombro, y éste no era un individuo muy alto, pero tendió la mano como si la otra que tenía que
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Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: Los relatos de ciencia-ficción que, leí durante los años 30 aparecieron en revistas que no pude coleccionar. Tomaba cada revista tan pronto como llegaba al puesto de periódicos de mi padre, la leía a toda prisa y la devolvía a dicho puesto para ser vendida. Aprendí a tratarlas con mano suave, para que la revista conservase su prestancia original y nadie supiera que yo la había leído, fanáticamente, palabra a palabra y página a página. (Debía hacerlo, porque si la revista se hubiera estropeado, mi padre habría lanzado un ucase prohibiéndome tocarlas. No sé cuál es vuestra experiencia, pero mi padre esperaba obtener y obtenía obediencia instantánea.) De modo que, después de la primera lectura, jamás pude releer los cuentos de ciencia- ficción de mi edad de oro personal. ¡Ah, sí! Leí algunos cuando fueron reimpresos. No obstante, muy pocos de los cuentos publicados antes de la Edad de Oro suelen ser reimpresos. La Era de Campbell barrió con todo lo anterior. A quien ha vivido la Revolución de Campbell, la ciencia-ficción de los años 30 le parece torpe, primitiva e ingenua. Los relatos son cándidos y pasados de moda. En efecto, convengamos en que lo son. Pero tenían, en cambio, un vigor juvenil que, hasta cierto punto, se ha perdido con la sofisticación actual. Además, han quedado en mi memoria. Aunque algunos los leí una sola vez y a muy temprana edad, los he recordado por espacio de cuarenta años. A pesar de todo lo que ha sucedido, de todo lo que he leído y, si a eso vamos, de todo lo que he escrito, los recuerdo... y los amo todavía. Estos cuentos me son muy queridos porque despertaban mi entusiasmo, me daban alegría de vivir en una época, un lugar y unas condiciones en que no abundaban las alegrías. Contribuyeron a mi formación, incluso me educaron, y estoy lleno de gratitud hacia esos relatos y los hombres que los escribieron. Al margen de mi compromiso personal, estas narraciones representan un periodo esencial en la historia de la ciencia-ficción, período que ha sido injustamente descuidado y está en peligro de caer por completo en el olvido, ya que prácticamente ninguna antología importante incluye la ciencia-ficción anterior a 1938. Habréis pensado que una persona tan increíblemente ingeniosa como yo debió tener hace años la idea de reparar este olvido y preparar una antología de los grandes relatos de la década del 30. Pues, por extraño que parezca, no es así. Jamás, en mis momentos conscientes, se me ocurrió un proyecto tan obvio. Por fortuna, no siempre estoy consciente. La mañana del 3 de abril de 1973 desperté y le dije a mi media naranja: —¡Eh! ¡Puedo recordar lo que soñé anoche! (Prácticamente nunca recuerdo lo que sueño, de modo que esto fue anunciado como una noticia bomba, de las que obligan a parar las máquinas.) Como a mi esposa le interesan profesionalmente los sueños, me preguntó:
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Temática: General
Descripción: 6 padre las únicas computadoras eran unas enormes máquinas que ocupaban un espacio de ciento cincuenta kilómetros cuadrados. Sólo había una por planeta. Se llamaban ACs Planetarias. Durante mil años habían crecido constantemente en tamaño y luego, de pronto, llegó el refinamiento. En lugar de transistores hubo válvulas moleculares, de manera que hasta la AC Planetaria más grande podía colocarse en una nave espacial y ocupar sólo la mitad del espacio disponible. Jerrodd se sentía eufórico siempre que pensaba que su propia Microvac personal era muchísimo más compleja que la antigua y primitiva Multivac que por primera vez había domado al Sol, y casi tan complicada como una AC Planetaria de la Tierra (la más grande) que por primera vez resolvió el problema del viaje hiperespacial e hizo posibles los viajes a las estrellas. - Tantas estrellas, tantos planetas -suspiró Jerrodine, inmersa en sus propios pensamientos-. Supongo que las familias seguirán emigrando siempre a nuevos planetas, tal como lo hacemos nosotros ahora. - No siempre -respondió Jerrodd, con una sonrisa-. Todo esto terminará algún día, pero no antes de que pasen billones de años. Muchos billones. Hasta las estrellas se extinguen, ¿sabes? Tendrá que aumentar la entropía. - ¿Qué es la entropía, papá? -preguntó Jerrodette II con voz aguda. - Entropía, querida, es sólo una palabra que significa la cantidad de desgaste del universo. Todo se desgasta, como sabrás, por ejemplo tu pequeño robot walkie- talkie, ¿recuerdas? - ¿No puedes ponerle una nueva unidad de energía, como a mi robot? - Las estrellas son unidades de energía, querida. Una vez que se extinguen, ya no hay más unidades de energía. Jerrodette I lanzó un chillido de inmediato. - No las dejes, papá. No permitas que las estrellas se extingan. - Mira lo que has hecho -susurró Jerrodine, exasperada. - ¿Cómo podía saber que iba a asustarla? -respondió Jerrodd también en un susurro. - Pregúntale a la Microvac -gimió Jerrodette I-. Pregúntale cómo volver a encender las estrellas. - Vamos -dijo Jerrodine-. Con eso se tranquilizarán. -(Jerrodette II ya se estaba echando a llorar, también). Jerrodd se encogió de hombros.
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Temática: General
Descripción: 6 –Sí. –¿Con qué fin? –Ya te lo he dicho. Para descubrir nuevo conocimiento. –Pero más allá de eso. ¿Con qué fin debo descubrir nuevo conocimiento? –Eso es lo que hiciste en tu vida ligada al Universo. ¿Cuál era tu finalidad entonces? –Conseguir un mejor conocimiento que sólo yo podía conseguir –contestó Murray– . Recibir el aprecio de mis compañeros. Sentir la satisfacción del éxito sabiendo que disponía tan sólo de un tiempo limitado para alcanzarlo. Ahora sólo podría conseguir lo que puedes conseguir tú mismo si lo desearas con un mínimo esfuerzo. Tú no puedes reconocer mis méritos; tu puedes únicamente divertirte. Y no hay ningún mérito ni satisfacción en un éxito cuando dispongo de toda la eternidad para conseguirlo. –¿Y no consideras el pensamiento y los descubrimientos valiosos por sí mismos? –preguntó la Voz–. ¿No encuentras que es innecesario requerir otro fin? –Para un tiempo limitado, sí. No para toda la eternidad. –Entiendo tu punto de vista. Sin embargo, no tienes elección. –Tú dices que tengo que pensar. Pero no puedes obligarme a hacerlo. –No pienso obligarte directamente –dijo la Voz–. No necesito hacerlo. Puesto que no tienes nada que hacer excepto pensar, pensarás. No sabes cómo no pensar. –Entonces me proporcionaré yo mismo una meta. Me inventaré una finalidad. –Por supuesto, puedes hacerlo –dijo la Voz, tolerante. –Ya he encontrado una finalidad. –¿Puedo saber cuál es? –Ya la conoces. Sé que no estamos hablando de la forma habitual. Tú ajustas mi nexo de tal forma que yo creo oírte y creo estar hablando, pero tú me transfieres los pensamientos y recoges directamente los míos. Y cuando mi nexo cambia con mis pensamientos, tú eres inmediatamente consciente de ellos y no necesitas mi transmisión voluntaria.
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Temática: General
Descripción: 5 -Quiere decir, quiere decir..., «separar aparte». ¿Comprendes? Como tú separarías o pondrías aparte un seleccionador para saber por qué el rayo de alineación está fuera de la fila. -Sí, Rik, pero ¿cómo puede uno tener el oficio de «analizar Nada»? ¡Con N mayúscula! -¿No es lo mismo? -Ya se acercaba. Ya empezaba a parecerle estúpida. Pronto la echaría, cansado de ella. -No, desde luego, no -dijo Rik con un profundo suspiro-. Temo no podértelo explicar; sin embargo, es todo cuanto recuerdo de esto. Pero debía ser un oficio muy importante. Por lo menos así lo parece. Yo no podía haber sido un criminal. Valona le miró. Jamás 'le hubiera dicho esto. Se había dicho que sólo por su propia protección lo había convertido, pero ahora se daba cuenta de que lo había realmente mantenido estrechamente atado a ella. Fue cuando por primera vez empezó a hablar. Fue tan rápido que la había asustado. No se había atrevido siquiera a hablar de ello al Edil. El primer día que tuvo desocupado retiró cinco créditos de su libreta de seguro - no habría nunca ningún hombre que los reclamase como dote, de manera que no tenía importancia y llevó a Rik a un médico de la ciudad. Tenía el nombre y dirección apuntados en un trozo de papel, pero aun así necesitó dos espantosas horas para encontrar el camino indicado a través de los inmensos pilares que sostenían Ciudad Alta al sol. Lona insistió en asistir a la visita y el doctor hizo toda clase de cosas espantosas con extraños instrumentos. Cuando puso la cabeza de Rik entre dos objetos de metal y los hizo brillar como una mosca de luz de noche, Lona se puso de pie de un salto intentando hacerle parar. El doctor llamó a dos hombres que se la llevaron fuera a rastras, luchando denodadamente. Media hora después el doctor salió y se acercó a ella, frunciendo el ceño. Ella no se encontraba a gusto con él porque no era Señor, pese a que tuviese un despacho en Ciudad Baja, pero sus ojos eran amables, suaves, incluso amables. Se estaba enjugando las manos con una toalla que arrojó a una cesta de ropa sucia, pese a que a ella le pareció completamente limpia. -¿Cuándo conoció usted a este hombre? Le preguntó. Ella le explicó las circunstancias cautelosamente, reduciéndolo todo a lo más esencial y apartando toda mención al Edil y los patrulleros. -¿Entonces no sabe usted nada de él? Antes de esto, nada dijo moviendo la cabeza. Este hombre ha sido sometido a una prueba psíquica dijo el doctor-. ¿Sabe usted lo que es esto? Al principio había movido nuevamente la cabeza, pero después, en un tenue susurro, dijo: -¿Es lo que se hace con la gente loca, doctor? -Y con los criminales. Se hace para cambiar la mentalidad por su propio bien. Da a los cerebros mayor salud, o cambia la parte de ellos que les hace querer robar y matar. ¿Comprende? Comprendía. Se puso de color rojo ladrillo y dijo -Rik no ha robado nunca ni ha hecho daño a nadie. -¿Le llama usted Rik? Parecía hacerle gracia-. Ahora escuche; ¿cómo sabe usted lo que hacía antes de que usted lo encontrase? Por el estado actual de su cerebro es difícil decirlo. La prueba fue completa y brutal. Es imposible decir qué cantidad mental ha quedado permanentemente suprimida y cuál se ha perdido temporalmente a consecuencia del shock. Quiero decir que una parte de su inteligencia volverá a él, con el habla, con el transcurso del tiempo, pero no toda. Hay que mantenerle en observación. -No, no... Va a estar conmigo. Lo he estado cuidando ya muy bien, doctor . El doctor frunció el ceño y su voz se suavizó ligeramente. -En fin, pensaba en usted, muchacha. No todo lo malo que pudiese haber en él tiene que haber desaparecido de su mente. No querrá usted que algún día le 4aga daño... En aquel momento una enfermera sacó a Rik. La enfermera iba haciendo pequeños ruiditos para tranquilizarle, como se hace con un chiquillo. Rik se llevó una mano a la cabeza y permaneció mirando en el vacío hasta que sus ojos se posaron sobre Valona; después, levantó las manos y débilmente dijo: -Lona... Ella saltó a su lado y apoyó su cabeza sobre el hombro, sosteniéndola con fuerza. -Jamás sería capaz de hacerme daño, doctor -dijo. -Es necesario dar cuenta de su caso, desde luego -dijo el doctor, pensativo-. No sé cómo pudo huir de las autoridades en el estado en que debía encontrarse. -¿Quiere decir que se lo va a llevar, doctor? -Así lo temo. -Por favor, doctor, no lo haga. -Retorcía el pañuelo en el cual guardaba las cinco monedas de sus economías-. Tome esto, doctor. Yo cuidaré muy bien de él. No le hará daño a nadie... -Es usted una obrera de los molinos, ¿no? -dijo el doctor mirando las monedas en su mano. Valona asintió. -¿Cuánto gana usted por semana? -Dos créditos, punto, ocho. El doctor volvió a poner las monedas en la palma de la mano de la muchacha y la mantuvo estrechamente cerrada, -Tome esto, muchacha. No vale nada. Valona las aceptó, extrañada. -¿No va a decirle nada a nadie, doctor? Pero él respondió: -Temo tener que hacerlo; lo siento. Es la ley.
Autor: Arácnido
Temática: Isaac Asimov
Descripción: Cuento
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Temática: General
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Temática: Ficción
Descripción: Introducción En el griego clásico, la palabra psique estaba relacionada semánticamente con el concepto de respiración. Sin embargo, como es lógico, los antiguos griegos no entendían esta respiración en el sentido que le ha dado la ciencia moderna. Para ellos, respirar era algo invisible y misterioso que, de algún modo, estaba en íntima relación con la vida. Las piedras no respiraban, y tampoco lo hacían los seres humanos cuando morían. Con el paso del tiempo, la palabra psique se ha convertido, en español, en sinónimo de alma o espíritu, vocablos que se refieren también a algo etéreo, intangible, que de algún modo está íntimamente relacionado con la vida. Sin embargo, cualquier otra definición que pretenda una mayor precisión en el término acaba por perderse en un sinnúmero de sutilezas e incertidumbres teológicas. Si queremos definir la psique o alma sin acudir a explicaciones teológicas, podemos considerarla el núcleo central, el meollo, del ente que se alberga en el cuerpo físico. Es la personalidad, la individualidad, eso a lo que uno se refiere cuando dice «yo». Es eso que permanece intacto y completo aunque se pierda un brazo o una pierna, aunque se quede uno ciego o el cuerpo esté enfermo, herido o agonizante. La psicología, por consiguiente, es el estudio sistemático de ese núcleo central de la personalidad. Y en estos tiempos nuestros de retroceso de las explicaciones teológicas, la palabra más apropiada para referirnos a dicho núcleo central de la personalidad ya no es alma, sino mente. La psicología es el estudio de la mente y de su relación con la cultura. La psicología resulta fascinante por cuanto parece hallarse en el fondo de todo conocimiento. En ciertos aspectos, todo el mundo la comprende; en otros, resulta un misterio para cualquiera. Lo mismo sucede en otras ciencias, quizás en todas, pero ciertamente en ninguna alcanza el grado y profundidad que en la psicología. Por ejemplo, comprender por qué una bola de billar se comporta del modo en que lo hace, por qué se mueve al ser golpeada por otra, cómo choca y rebota con las bandas de la mesa o con otra bola, cómo se altera su velocidad y dirección como resultado de la colisión, etc., todo ello requiere un profundo conocimiento de los principios de la rama de la física conocida como mecánica. Y a la inversa, es posible calcular y elaborar los principios de la mecánica a partir de un estudio meticuloso del comportamiento de las bolas de billar. Sin embargo, los expertos en el arte del billar no necesitan haber estudiado en profundidad la física o la mecánica. Puede que jamás hayan oído hablar de la conservación del momento, y que no se hayan detenido nunca a considerar las complejidades matemáticas del momento angular producido por los «efectos» dados a la bola al golpearla en un sitio distinto del centro de gravedad. Y pese a ello, los maestros del billar consiguen verdaderos prodigios con las bolas, gracias a la meticulosa atención que prestan a unos principios físicos que incluso ignoran conocer.
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Temática: General
Descripción: 6 - Señora, señora - le dijo Charlie con una desesperación muy poco confortable -, la idea no ha sido mía. Quiero decir que no hay nada más lejos de mi pensamiento, ya sabe lo que le digo, que tratar de forzar a una señora, ya sabe lo que le digo. Mire, yo también estoy casado. Y tengo tres hijos. Escuche... -¿Qué es lo que está sucediendo, Investigador Botax? - preguntó el Capitán Garm -. Esos sonidos cacofónicos son horribles. - Bueno - Botax hizo destellar una corta tonalidad púrpura de azaramiento -. Esto forma parte de un ritual complicado. Al principio, se supone que deben parecer poco dispuestos a ello. Esto amplifica el resultado subsiguiente. Y, después del estadio inicial, tienen que quitarse las pieles. -¿Qué tienen que despellejarse? - En realidad no se despellejan. Lo que llevan son pieles artificiales de las que pueden desprenderse sin dolor, y que es necesario que se quiten. Particularmente, en el caso de la forma más pequeña. - De acuerdo. Dígales que se quiten las pieles. Le aseguro, Botax, que esto no me agrada nada. - Creo que es mejor que no le diga a la forma más pequeña que se quite sus pieles. Me parece que será mejor que sigamos exactamente el ritual. Tengo aquí unos extractos de esos relatos sobre viajes espaciales de los que hablaba tan bien el encargado de esa revista, El chico que juega. En esos relatos las pieles son quitadas por la fuerza. Por ejemplo, aquí tenemos la descripción de un accidente «que causó grandes daños en la vestimenta de la muchacha, casi arrancándosela de su bien torneado cuerpo. Durante un segundo, él notó la cálida firmeza de su seno medio desnudo contra su mejilla...» y sigue así. Mire, el arrancar, el quitar de un modo forzoso, actúa como estímulo. -¿Seno? - dijo el Capitán -. No reconozco ese destello. - Lo he inventado para referirme a ese significado. Se relaciona con las prominencias de la región dorsal superior de la forma más pequeña. - Ya veo. Bueno, dígale a la forma mayor que arranque las pieles de la más pequeña... ¡Qué cosa más repugnante es todo esto! Botax se volvió hacia Charlie: - Señor - le dijo -, ¿querría arrancarle a la muchacha la ropa casi completamente de su bien torneado cuerpo? Voy a liberarlo para que pueda hacerlo.
Autor: Administrador
Temática: Ficción
Descripción: autocumplidas». En realidad, ahora que caigo, tú mismo me lo explicaste una vez. Demerzel, asintió. —Creo que estáis en lo cierto, Sire. —Sus ojos vigilaban con sumo cuidado al Emperador, como para calibrar hasta dónde podía llegar—. De todos modos, si es así, uno podría conseguir que cualquiera hiciera la profecía. —No todas las personas serían igualmente creídas, Demerzel. No obstante, un matemático, que reforzara su profecía con fórmulas y terminologías matemáticas, podría no ser comprendido por nadie y, sin embargo, creído por todos. —Como siempre, Sire, sois sensato. Vivimos tiempos turbulentos y merecería la pena apaciguarlos de una forma que no requiriera ni dinero ni esfuerzos militares..., que, en la historia reciente, han hecho poco bien y mucho mal. —¡Exactamente, Demerzel! —exclamó el Emperador, excitado—. Cázame a ese Hari Seldon. Siempre me dices que tus redes están tendidas por todas partes de este mundo turbulento, incluso hasta donde mis soldados no osarían entrar. Tira, pues, de una de esas redes y tráeme al matemático. Déjame que lo vea. —Así lo haré, Sire —contestó Demerzel, que ya tenía a Seldon localizado, y tomaba nota mental de felicitar al ministro de Ciencia por un trabajo tan bien hecho. 2 En aquel momento, Hari Seldon no tenía un aspecto nada impresionante. Igual que el emperador Cleon I, contaba treinta y dos años, pero sólo medía 1,73 de estatura. Su rostro era liso y jovial, su cabello castaño oscuro, casi negro, y sus ropas tenían un aspecto inconfundible de provincianismo. Para cualquiera que, años después, conociera a Hari Seldon sólo como un legendario semidiós, le hubiera parecido un sacrilegio que no tuviera el cabello blanco, un rostro viejo y arrugado con una sonrisa serena que irradiara sabiduría y que se sentara en una silla de ruedas. No obstante, incluso en su vejez, sus ojos reían alegres. Así era. Y sus ojos estaban ahora especialmente alegres, porque su comunicación se había leído en la Convención Decenal, despertando allí un cierto interés, aunque algo distante, y el anciano Osterfish había inclinado la cabeza, diciéndole: —Ingenioso, joven. Muy ingenioso. Lo que procediendo de Osterfish resultaba harto satisfactorio. De lo más satisfactorio. Pero ahora se presentaba un nuevo, e inesperado, acontecimiento y Seldon no estaba seguro si su alegría aumentaría y su satisfacción se intensificaría. Se quedó mirando al joven alto, de uniforme..., con la nave espacial y el Sol resaltando sobre el costado izquierdo de su guerrera. —Teniente Alban Wellis —se presentó el oficial de la Guardia del Emperador, antes de volver a guardar sus credenciales—. ¿Querría usted acompañarme ahora, señor? Wellis iba armado, claro. Había otros dos guardias esperando fuera, ante su puerta. Seldon sabía que no tenía elección, pese a la extrema corrección del otro, pero no había razón que le impidiera informarse. —¿Para ver al Emperador? —preguntó. —Para acompañarle a palacio, señor. Éstas son mis instrucciones? —¿Por qué? —No me dijeron la razón, señor. Y mis órdenes estrictas son que debe venir conmigo..., de un modo u otro. —Pero esto parece una detención. Y yo no he hecho nada que la justifique. —Diga mejor que parece una escolta de honor para usted..., si no me retrasa más. Seldon no lo hizo. Apretó los labios como para evitar más preguntas, inclinó la cabeza y se puso en marcha. Incluso si se dirigía a ver al Emperador y a recibir su felicitación, no encontraba ningún placer en ello. Era partidario del Imperio en cuánto a los mundos de la humanidad en paz y unión se refería, mas no lo era del Emperador. El teniente le precedía, los otros le seguían. Seldon sonreía a los que se cruzaban con él y trataba de parecer despreocupado. Fuera del hotel, subieron a un coche oficial. (Seldon pasó la mano por la tapicería; nunca había estado en un vehículo tan lujoso.) Se encontraban en uno de los sectores más ricos de Trantor. Allí, la cúpula era tan alta que daba la sensación de hallarse al aire libre y uno podía jurar, incluso alguien como Hari Seldon, nacido y criado en un mundo abierto, que estaban al sol. No se podía ver ni sol ni sombra, pero el aire era ligero y fragante. De pronto, se acabó: la cúpula se curvaba hacia abajo, las paredes se iban estrechando y no tardaron en circular por un túnel cerrado, marcado a intervalos por la nave espacial y el sol, y claramente reservado (pensó Seldon) para vehículos oficiales. Se abrió un portón y el coche lo franqueó rápidamente. Cuando se cerró tras ellos, se encontraron al aire libre..., el verdadero, el real aire libre. En Trantor, había 250 kilómetros cuadrados de la única extensión de tierra abierta y en ella se alzaba el palacio imperial. A Seldon le hubiera gustado pasear por aquel lugar, no a causa del palacio, sino porque allí se alzaban la Universidad Galáctica y, lo más intrigante de todo, la Biblioteca Galáctica. Sin embargo, al pasar del mundo cerrado de Trantor a la extensión abierta de bosque y
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Temática: General
Descripción: 6 Cutie se echó a reír. Era una risa inhumana, la risa más mecanizada que había surgido jamás. Era aguda y explosiva, regular como un metrónomo y sin matiz alguno. - Fíjate en ti - dijo finalmente -. No lo digo con espíritu de desprecio, pero fíjate bien. Estás hecho de un material blando y flojo, sin resistencia, dependiendo para la energía de la oxidación ineficiente del material orgánico... como esto - añadió señalando con un gesto de reprobación los restos del bocadillo de Donovan -. Pasáis periódicamente a un estado de coma, y la menor variación de temperatura, presión atmosférica, la humedad o la intensidad de radiación afecta vuestra eficiencia. Sois alterables. - Yo, por el contrario, soy un producto acabado. Absorbo energía eléctrica directamente y la utilizó con casi un ciento por ciento de eficiencia. Estoy compuesto de fuerte metal, estoy consciente constantemente y puedo soportar fácilmente los más extremados cambios ambientales. Estos son hechos que, partiendo de la irrefutable proposición de que ningún ser puede crear un ser más perfecto que él, reduce vuestra tonta teoría a la nada. Las maldiciones murmuradas en voz baja por Donovan brotaron inteligibles al levantarse frunciendo sus rojas cejas. - ¡ Muy bien, hijo de unos desperdicios de metal! Si no te hicimos nosotros, ¿quién te hizo? - Muy bien, Donovan - asintió Cutie gravemente -. Esta era, desde luego, la cuestión siguiente. Evidentemente, mi creador tiene que ser más poderoso que yo y por lo tanto, sólo cabía una hipótesis. Los dos hombres de la Tierra le miraban sin expresión y Cutie prosiguió: - ¿Cuál es el centro de las actividades aquí en la Estación? ¿Al servicio de quién estamos todos? ¿Qué absorbe toda nuestra atención? Esperó, a la expectativa. Donovan miró asombrado a su compañero. - Apostaría a que este amasijo de tornillos esta hablando del mismo Transformador de Energía. - ¿Es así, Cutie? - preguntó Powell. - Estoy hablando del Señor - fue la fría respuesta que siguió. Aquello fue la señal del estallido de risas de Donovan y el mismo Powell se permitió esbozar una sonrisa. Cutie se puso de pie y sus ojos brillantes se fijaron en uno v después en el otro.
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Temática: General
Descripción: 6 El 17 de noviembre de 1941, el día que presenté y vendí Bridle and Sadle, Campbell me habló de su proyecto de iniciar una nueva sección en Astounding, titulada «Probabilidad Cero». Sería una sección de relatos cortos, pero cortos de verdad, de quinientas a mil palabras, que habrían de ser unas mentiras plausibles y entretenidas al estilo de las famosas fanfarronadas del barón de Münchhausen Campbell pensaba que, además del valor como entretenimiento que tuvieran dichos trabajos, la sección ofrecería una puerta de entrada a los principiantes, los cuales podrían empezar a introducirse en el mercado sin tener que competir tan duramente con los autores acreditados. Sería como una escalera para ascender a la categoría de profesionales. En teoría, la idea era buena, y hasta dio cierto fruto, Ray Bradbury, que más tarde sería uno de los escritores más conocidos y apreciados de ciencia ficción, entró en el género con un trabajito para «Probabilidad Cero», en el número de julio de 1942 de Astounding. Hal Clement y George O. Smith también publicaron cosas en «Probabilidad Cero» casi en los mismos comienzos de sus respectivas carreras. Por desgracia, no dio bastante resultado. Campbell tuvo que poner la sección en marcha con profesionales, en la confianza de que los aficionados la llevarían adelante en cuanto vieran qué quería él. Sin embargo, nunca hubo bastantes aficionados que alcanzasen el nivel que Campbell exigía, ni siquiera para narraciones ultracortas poco complicadas, y después de aparecer una docena de veces a lo largo de dos años y medio, la sección «Probabilidad Cero» se suprimió. Campbell abandonó el empeño. El mismo 17 de noviembre quiso que yo le escribiera un «Probabilidad Cero». A mí me encantó que me considerase ya en tal grado de virtuosismo como para poder encargarme que hiciera lo que él quería, a la medida. Me senté en seguida a la máquina y le escribí una narración ultracorta titulada El gran juego. El 24 de noviembre de 1941 se la enseñé. El le echó un vistazo, y con viva sorpresa por mi parte, me la devolvió. No era lo que necesitaba. Me gustaría recordar de qué trataba este relato, porque yo lo tenía en suficiente estima como para presentarlo a la revista Collier's (revista de gran tirada que infundía mucho respeto) en 1944... y, por supuesto, lo rechazaron. Sin embargo, el título no me trae nada a la memoria, y el relato ya no existe. Lo intenté por segunda vez y produje un relato «robot positrónico» humorístico titulado Primera ley. Se lo enseñé a Campbell el 1 de diciembre, y tampoco le gustó. No obstante, esta vez guarde el trabajito. Gracias a Dios, había acabado aprendiendo que hay que guardar cuidadosamente para la eternidad las obras literarias, por muchas veces que te las rechacen. El gran juego fue el decimoprimero de los cuentos míos desaparecidos, y fue también el último. En el caso de Primera ley, vino un tiempo en que una revista que en 1941 no existía me pidió un trabajo. La revista en cuestión era Fantastic Universe, cuyo director, Hans Stefan Santesson, me pidió un relato a un precio que habría estado bien en 1941, pero que a mitad de los años cincuenta no me sentía inclinado a aceptar. Sin embargo, me acordé de Primera ley y se lo mandé. El lo aceptó y lo publicó en el número de octubre de 1956 de Fantastic Universe, y, más tarde, yo lo incluí en El resto de los Robots. Pero volvamos a «Probabilidad Cero»... Probé por tercera vez con un cuento corto titulado Cronogato, que escribí la mañana del domingo 7 de diciembre de 1941, terminándolo momentos antes de que la radio enloqueciera con las noticias de Pearl Harbour. Se lo llevé a Campbell al día siguiente (¡la vida sigue!) y esta vez lo aceptó, aunque «no demasiado entusiásticamente», según mi diario.
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Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: En «El Sistema Marciano», la misma historia en que triunfo con mi descripción del paseo espacial, tuve a mis protagonistas acercándose a Saturno y entrando en el sistema de los anillos. Al hacerlo describí minuciosamente los anillos haciendo uso de las observaciones obtenidas desde la superficie de la Tierra. Ahora, desde la superficie de la Tierra, a unos 1280 millones de kilómetros de distancia de Saturno, vemos los anillos sólidos y enteros excepto por la línea negra de la división de Cassini, que parece separarlos en dos anillos. La porción de anillo más cercana a Saturno es considerablemente más borrosa que el resto del sistema de anillos, y dicha porción es habitualmente considerada como un tercer anillo (el llamado «anillo de crespón»). Y así fue como describí los anillos tal como los vieron en la historia mis viajeros del espacio. Sin embargo, es de sentido común (por lo menos, ahora parece de sentido común) que si pudiéramos ver los anillos desde más cerca, veríamos más detalles. Apreciaríamos las divisiones y los lugares donde hay menos partículas en órbita, de forma que distinguiríamos lineas borrosas y líneas brillantes, divisiones que sencillamente no podrían verse a gran distancia. Los telescopios de la superficie terrestre las captarían confusas y registrarían solamente la más gruesa de las líneas borrosas, la división de Cassini. Cuanto más cerca estuviéramos, más numerosas y más finas se volverían las líneas brillantes a medida que la visibilidad se hiciera más y más clara, hasta que, al llegar lo más cerca que se pudiera y viendo aún todos los anillos, éstos aparecerían como los surcos de un disco, que es precisamente lo que parecen. Supongamos que se me hubiera ocurrido todo esto en 1952 y que hubiera descrito los anillos de este modo. Incluso que hubiera dejado de mencionar cosas como «barrotes» indistintos en el anillo y anillos «trenzados», cosas que eran absolutamente imprevisibles, habría sido maravilloso si hubiera imaginado esas sorprendentes divisiones. Eso era una deducción fácil de hacer y si entonces hubiera descrito los anillos de esa forma, tan pronto como los anillos hubieran sido sondeados, yo podía haber anunciado que me había adelantado a su descubrimiento. (¿Creen ustedes que la modestia me lo habría impedido? ¡No sean idiotas!). ¡Qué cosa tan grande pudo haber sido! En ese caso, mi fracaso en ver esas marcas me hizo parecer algo tonto y ahí está, a la vista de todos, en «El Sistema Marciano». Bien es verdad que ningún astrónomo vio la verdad de los anillos en 1952, pero, ¿qué tiene que ver? Un astrónomo no es más que un astrónomo y su visión es, naturalmente, limitada. Yo soy un escritor de ciencia ficción y, por tanto, se espera más de mi. También, a veces, cuando veía con exactitud, o cuando veía algo que podía resultar ser exacto algún día, lo solía situar en un futuro excesivamente lejano. Admito que concebí los robots correctamente, porque ya desde mis primeras historias indícaba que fué en las décadas de los ochenta y de los noventa, lo que no está nada, pero que nada mal. No obstante, ¿qué hay de los coches computadorizados en «Sally» y de las computadoras de bolsillo en «La Sensación Del Poder»? Tuve gran cuidado de no dar fechas exactas del descubrimiento de esos inventos. (Puedo ser tonto, pero no tanto.) No hay duda de que mientras leemos esas historias sobre descubrimientos en un futuro lejano, ya están aqui y yo he vivido para verlos y para lamentarme de mi falta de confianza en la mente y el ingenio humanos. «¿Criar Un Hombre?» trata en parte del desarrollo de un invento contra la bomba atómica. Se publicó en 1951 y aunque no le puse fecha, produce la impresión de que los hechos ocurren en el próximo futuro, quizas unos pocos años después de 1951. Estaba claramente equivocado en este caso, porque las verdaderas discusiones sobre
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Temática: General
Descripción: 6 —Ya hemos pasado la zona de los grandes animales, pero sí, los tenemos, y voy a encenderlos para que los vea. En el negro de la ventana de pronto apareció una tormenta de nieve, una tormenta de nieve en sentido inverso, con los copos cayendo hacia arriba. La negrura se había llenado de estrellas en alineación tridimensional y todas se desplazaban hacia arriba. —¿Qué es eso? —dijo Demerest. —Sólo porquería. Materia orgánica. Pequeñas criaturas. Flotan, se mueven poco y recogen la luz. Vamos bajando entre ellas. Por eso parece que suban. Demerest fue adaptando su sentido de perspectiva y dijo: —¿No estamos bajando demasiado aprisa? —No, no es demasiado aprisa. Si así fuera, podría emplear los motores nucleares, suponiendo que quisiera desperdiciar energía; o podría arrojar un lastre. Más adelante así lo haré, pero de momento todo va de maravilla. Respire tranquilo, señor Demerest. La nieve se hará menos densa a medida que descendamos y no es probable que veamos gran cosa en lo tocante a formas espectaculares de vida. Hay pequeños rapes y cosas por el estilo, pero nos esquivarán. —¿Cuántas personas suele transportar en un solo viaje? —preguntó Demerest. —He llevado hasta cuatro pasajeros en esta cabina, pero entonces resulta un poco estrecha. Podemos acoplar dos batiscafos y transportar diez personas, pero es engorroso. En realidad, necesitaríamos convoyes de transbordadores, más pesados en cuanto a los «nuquis», o sea, los motores nucleares, y más ligeros en lo tocante a flotadores. Hay diseños de este tipo en proyecto, según me han dicho. Claro que hace años que vienen diciéndome lo mismo. —Luego, ¿se prevé una gran expansión de Profundidad del Océano? —Ya lo creo, ¿por qué no? Hemos construido ciudades en plataformas continentales, ¿por qué no en el fondo del océano? En mi opinión, señor Demerest, el hombre irá y debe ir dondequiera que pueda llegar. La Tierra nos ha sido dada para poblarla, y la poblaremos. Lo único que necesitamos para que el fondo del mar sea habitable son escafandras perfectamente manejables. Las cámaras de flotación nos frenan, nos hacen más vulnerables, y complican la técnica de construcción. —Pero también les protegen, ¿no le parece? Si todo fallase de golpe, la gasolina que transportan aún les sacaría a flote. ¿Cómo se las arreglaría si le fallasen los motores nucleares y no contara con cámaras dé flotación?
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Temática: General
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Temática: General
Descripción: 6 El hombre de la arena por E. T. A. Hoffmann E. T. A. Hoffmann (1776-1822) fue un letrado, artista, músico, critico y escritor de gran talento. Romántico y pionero en la ficción psicológica, su música influenció a Wagner, sus críticas recibieron el reconocimiento de Bach y Beethoven, y sus escritos fueron adaptados en varias óperas, al tiempo que inspiraban a Poe, Gogol y Dostoievski. De gran inteligencia, nació en Kónigsberg, Alemania, y creció y se educó con unos familiares tras el divorcio de sus padres. Su infancia no fue particularmente feliz, pero dio forma a una inestimable amistad que duraría toda su vida con su compañero de estudios, Theodor Hippel. Mientras Hoffmann progresaba estudiando la tradicional carrera legal de la familia, se le permitió que dedicara tiempo también a la música y al arte. Cuando fue admitido en la universidad local en 1792, trabajó intensamente y bien. Sin embargo, trabó relación amorosa con una mujer casada de la que recibía lecciones de piano. De modo que, tras su graduación en 1795, sus familiares lo enviaron a otra ciudad para proseguir sus estudios. Completó exámenes superiores (Referendar y Assessor) en 1798 y 1800, pero por aquel entonces, quizás a causa de su aventura romántica, la música se había convertido en el principal foco de su vida. De todos modos, aceptó un nombramiento del gobierno para Posen, destacando allí durante dos años. Luego, una serie de caricaturas militares hechas por Hoffmann causaron un escándalo y, como solución de compromiso, recibió un ascenso a Regierungsrat (consejero gubernamental) y el traslado inmediato a un oscuro pueblo polaco. Odió Plock pero, libre de distracciones externas, estudió teoría de la música, compuso y publicó criticas de música y literatura. En 1804 Hippel había ganado una gran influencia, y consiguió que Hoffmann fuera trasladado a Varsovia. Allí, Hoffmann se vio inmerso en la sociedad musical que fundó. Sin embargo, Napoleón capturó la ciudad, obligando finalmente a Hoffmann a trasladarse a Berlín. Hoffmann no encontró trabajo como abogado, de modo que puso un anuncio ofreciéndose como director musical. El teatro de Mamberg lo contrató en 1808, pero le pagaba menos de lo que necesitaba y, bajo grandes presiones financieras, empezó a colaborar con reseñas musicales y relatos en la Allgemeinemusikalische Zeitung. En 1810 fue publicada su primera colección de historias, y empezó a trabajar en su ópera Ondina (basada en un cuento de hadas de Fouqué). En 1814 Hippel le consiguió a Hoffmann un puesto en el Tribunal Supremo. Dos años después, la vida de Hoffmann parecía asegurada: presidente del tribunal, un famoso autor de gran demanda y un compositor operístico de éxito. Sin embargo, bebía excesivamente, sufrió serias enfermedades y gastaba más de lo que ganaba. Finalmente, en 1818, el rey Guillermo cometió el desastroso error de nombrar a Hoffmann presidente de un comité para investigar «actividades demagógicas». Hoffmann, que básicamente era justo y apolítico, bloqueó todos los intentos de una caza de brujas, y procedió a satirizar a uno de los amigos del rey por sugerir tales tácticas. Esta vez ni siquiera la influencia de Hippel hubiera podido hacer nada, de no ser por el hecho de que una misteriosa enfermedad (posiblemente tabes dorsatis) había empezado a paralizar a Hoffmann. Recibió una reprimenda oficial, pero pudo seguir escribiendo hasta que la enfermedad terminó con él.
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Autor: dGx@MIGUEL
Temática: General
Descripción: SULQFLSLR(QHVWHFDVRFRQFUHWRHOSULQFLSLRHV-RVHSK6FKZDUW] VDVWUHMXELODGRGH&KLFDJR(VWDGRV8QLGRV$QQR'RPLQLHQ WDQWRTXHHOILQDOHV%HO$UYDUGDQDUTXHyORJRQRMXELODGRGH%D URQQVHFWRUGH6LULRDxRGHOD(UD*DOiFWLFD (QUHDOLGDGH[LVWHXQDWHUFHUDIRUPDGHFRQWDUXQFXHQWR\ FRQVLVWHHQHPSH]DUSRUDPERVH[WUHPRV\DYDQ]DUKDFLDHO FHQWUR< SXHVWRTXHLRKJHQWLOOHFWRUDSURSyVLWRFXDQGRVHXVDEDKDFH VLJORVHVWDIUDVHQRKDiDUHIHUHQDDDODDPDELOLGDGGHOOHFWRUVLQRD VXVXSXHVWDFDOLGDGGH´JHQWLOKRPEUHµYDOHGHFLUQREOHDILQGH GLIHUHQFLDUORGHOSRSXODFKRTXHFDUHiDHQRSLQLyQGHODXWRUGHO LQJHQLR\HOJXVWRVHOHFWLYRQHFHVDULRVSDUDOHHUVXVREUDV 3HURFRPRtEDPRVGLFLHQGR <SXHVWRTXH£RKJHQWLOOHFWRUHOPpWRGRGHORVGRVH[WUHPRV KDFLDHOFHQWURSDUHFHXQSRFRFRQIXVRYDPRVDHQVD\DUOR\DGHPRV WUDUTXHQRHVWDOFRVD (O~QLFRSUREOHPDHVTXHWHQGUHPRVTXHVHJXLUORVGRVH[WUHPRV SRUVHSDUDGR\DTXHQLQXHVWURQRPEUHGHSLODHV*HUWUXGHQLQXHV WURDSHOOLGR6WHLQ'HVSXHVGHODQ]DUODPRQHGDQRVGHFLGLPRVSRU -RVHSK6FKZDUW] OD3$57(-26(3+6&+:$57= ,(QWUHGRVSDVRVFRQVHFXWLYRV -RVHSK6FKZDUW]VDVWUHMXELODGRHWFDXQTXHIDOWRGHORTXHORV PXQGDQRVGHKR\GHQRPLQDQ´HGXFDFLyQIRUPDOKDEtDJDVWDGR EXHQDSDUWHGHVXQDWXUDOH]DLQTXLVLWLYDHQOHHUDODYHQWXUD6LPSOH PHQWHDIXHU]DGHLQGLVFULPLQDGDYRUDFLGDGKD:DREWHQLGRQRFLRQHV VXSHUILFLDOHVGHSUiFWLFDPHQWHFXDOTXLHUWHPD\JUDFLDVDVXPDxRVD PHPRULDKDEtDORJUDGRUHWHQHUORWRGRFRQFODULGDG 6LUYDHVWRSDUDH[SOLFDUSRUTXpHQHVWHGtDPX\VROHDGR\EUL OODQWHGHSULQFLSLRVGHOHVWtRGH6FKZDUW]SRGtDSDVHDUVHSRUODV SODFHQWHUDVFDOOHVGHODVDIXHUDVGH&KLFDJR\FLWDUPHQWDOPHQWHD %URZQLQJ(QFRQFUHWRHVWDEDUHFRUGDQGRHOSRHPD´5DEt%HQ (]UDµTXHFRQRiDGHPHPRULDWUDVKDEHUOROHtGRGRVYHFHVFXDQGR HUDPiVMRYHQ\TXHQRUHSHWLUHPRVSRUHQWHURSDUDQRDEXUULUDO OHFWRU(QUHDOLGDGHUDQORVGRVSULPHURVYHUVRVORVTXHOHDWUDtDQD pO\DQRVRWURV\GLFKRVYHUVRVHUDQpVWRV £(QYHMHFHFRQPLJR /RPHMRUD~QQRKDYHQLGR 6FKZDUW]VHQWtDHVRLQWHQVDPHQWH7UDVODVOXFKDVGHVXMXYHQWXG HQ(XURSD\ODVVRVWHQLGDVFRPRDGXOWRHQORV(VWDGRV8QLGRVHO VRVLHJRGHXQDPDGXUH]SUyVSHUDUHVXOWDEDSODFHQWHUR&RQFDVD\
Autor: ERG
Temática: Isaac Asimov
Descripción: Isaac Asimov / La Edad de Oro I -6- En la primavera de 1934 me matriculé en un curso especial de inglés que tenía lugar en mi escuela superior (escuela superior de muchachos de Brooklyn) y daba especial importancia a la composición. El profesor también era asesor de ha revista literaria semestral realizada por los estudiantes, y tenía la intención de reunir material. Seguí el curso. Fue una experiencia humillante. En aquel tiempo tenía catorce años, y bastante verdes e inocentes. Escribí insignificancias, mientras que el resto de la clase (que debía tener dieciséis años) escribió complicadas obras trágicas. Ninguno de ellos mantuvo en secreto su desprecio hacia mí, y aunque yo lo sentí mucho, no pude hacer nada. Hubo un momento en que creí haberlos vencido, cuando uno de mis productos fue aceptado para la revista literaria semestral mientras que muchos de los suyos fueron rechazados. Por desgracia, el profesor me dijo, con despiadada insensibilidad, que el mío era el único tema humorístico de todos los presentados y que, como necesitaba una obra que no fuera trágica, se veía obligado a tomarla
Autor: dGx@MIGUEL
Temática: General
Descripción: (VTXLURO,VDDF$VLPRY ¢6H GD FXHQWD GHO SHOLJUR HQ TXH VH HQFXHQWUD (OVHYHUH\ODSRVLELOLGDGGH FRQWUDHUHQIHUPHGDGHVFRQWDJLRVDV" ²(QYHLQWLFXDWURKRUDVVHSXHGHYROYHUDODQRUPDOLGDGFRQVyORUHFRQRFHUTXH VR\KXPDQR(VWiHQPDQRVGHHOORVFRUUHJLUODVLWXDFLyQ ²8VWHGSDUHFHVHUXQKRPEUHFXOWR5DJXVQLN ²¢<" ²0HKDQGLFKRTXHQROHQLHJDQQLQJXQDFRPRGLGDGPDWHULDOTXHGLVSRQHXVWHG GHODPHMRUYLYLHQGDLQGXPHQWDULD\DOLPHQWRVTXHQDGLHHQ(OVHYHUH\TXHVXV KLMRVUHFLEHQODPHMRUHGXFDFLyQ ²&RQFHGLGR 3HUR WRGR SRU VHUYRPHFDQLVPRV <QRVHQYtDQQLxDVKXpUIDQDV FRQ HO SURSyVLWR TXH QRV RFXSHPRV GH HOODV KDVWD TXH WHQJDQHGDGSDUDVHU QXHVWUDVHVSRVDV<PXHUHQMyYHQHVGHVROHGDG¢3RUTXp"²6XWRQRGHYR] DGTXLULyGHSURQWRPiVSDVLyQ²¢3RUTXpGHEHPRVYLYLUHQHODLVODPLHQWRFRPR VLIXpUDPRVPRQVWUXRVDORVTXHQR VHSXHGHQDSUR[LPDUORVVHUHVKXPDQRV" ¢1RVRPRVVHUHVKXPDQRVFRPRORVGHPiVFRQODVPLVPDVQHFHVLGDGHVORV PLVPRV GHVHRV \ ORV PLVPRV VHQWLPLHQWRV" ¢1R UHDOL]DPRV XQD IXQFLyQ KRQRUDEOH\~WLO" 6RQDURQVXVSLURVDHVSDOGDVGH/DPRUDN5DJXVQLNORVR\y\HOHYyODYR] ²9HR D ORV GHO &RQVHMR DKt GHWUiV 5HVSRQGHGPH ¢1R HV XQD IXQFLyQ KRQRUDEOH\~WLO"7UDQVIRUPDPRVYXHVWURVGHVHFKRVHQDOLPHQWRVSDUDYRVRWURV ¢4XLHQ SXULILFD OD FRUUXSFLyQ HV SHRU TXH TXLHQ OD SURGXFH" (VFXFKDG FRQVHMHURVQRFHGHUp0LIDPLOLDHVWDUiPHMRUPXHUWDTXHYLYLHQGRFRPRDKRUD ²8VWHGOOHYDYLYLHQGRGHHVDPDQHUDGHVGHTXHQDFLy¢YHUGDG"²LQWHUUXPSLy /DPRUDN ²¢<TXpVLHVDVt" ²3XHVTXHVLQGXGDHVWiDFRVWXPEUDGR ²-DPiV5HVLJQDGRWDOYH]0LSDGUHHVWDEDUHVLJQDGR\\RPHKHUHVLJQDGR GXUDQWHXQWLHPSR3HURKHYLVWRDPLKLMRDPL~QLFRKLMRVLQRWURQLxRFRQTXLHQ MXJDU0LKHUPDQR\\RQRVWHQtDPRVHOXQRDORWURSHURPLKLMRQXQFDWHQGUiD QDGLHDVtTXH\DQRPHUHVLJQR+HWHUPLQDGRFRQ(OVHYHUH\KHWHUPLQDGRGH KDEODU (OUHFHSWRUVHDSDJy (O MHIH GHO &RQVHMR VH KDEtD SXHVWR DPDULOOR 6yOR pO \ %OHL TXHGDEDQ FRQ /DPRUDN ²(VHKRPEUHHVWiGHVTXLFLDGR²FRPHQWyHOMHIHGHO&RQVHMR²1RVpFyPR REOLJDUOR 7HQtD XQD FRSD GH YLQR VH OD OOHYy D ORV ODELRV\GHUUDPyXQDVJRWDVTXHOH PDQFKDURQGHURMRORVSDQWDORQHVEODQFRV ²¢7DQSRFRUD]RQDEOHVVRQVXVH[LJHQFLDV"²SUHJXQWy/DPRUDN²¢3RUTXp QRVHORSXHGHDFHSWDUHQODVRFLHGDG" /RVRMRVGH%OHLGHVWHOODURQGHIXULDXQLQVWDQWH ²£$OJXLHQTXHWLHQHTXHUHFLFODUORVH[FUHPHQWRV²6HHQFRJLyGHKRPEURV² 8VWHGFODURHVGHOD7LHUUD ,QFRQJUXHQWHPHQWH /DPRUDN UHFRUGy D RWUR LQDFHSWDEOH XQD GH ODV PXFKDV FUHDFLRQHV FOiVLFDV GHO FDULFDWXULVWD PHGLHYDO$O&DSSHO©KRPEUHGHOWUDEDMR VXFLRª ²¢5DJXVQLNPDQHMDUHDOPHQWHORVH[FUHPHQWRV"4XLHURGHFLUVLKD\FRQWDFWR ItVLFR6LQGXGDWRGRVHHIHFW~DFRQPDTXLQDULDDXWRPiWLFD 3iJLQD
Autor: dGx@MIGUEL
Temática: General
Descripción: ,6$$&$6,029$=$=(/
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Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: - Por supuesto. ¿En dónde no las hay, en este planeta? ¿Más dificultades con los robots? - Hay algo de eso, Lije. Aquí me tienes, y me pregunto: ¿qué más penalidades pueden ocurrir en este viejo mundo? Cuando ordené que me colocaran esta ventana, lo hice para dejar que de vez en cuando me entrase un poco de cielo y que entrase también la ciudad. La contemplo y me pregunto: ¿qué será de ella dentro de un siglo? Baley se sintió asqueado por el sentimentalismo del otro; pero se encontró con que se ponía a mirar fascinado hacia el exterior. El departamento de policía se encontraba en las plantas superiores del palacio municipal, y éste era muy elevado. Desde la ventana del comisionado, las vecinas torres quedaban muy abajo, y los techos eran visibles. Se asemejaban a otros tantos índices que apuntaran hacia arriba. Sus muros se veían ciegos, sin facciones. Eran los cascarones exteriores de colmenas humanas. - Por otra parte - prosiguió el comisionado -, siento que esté lloviendo. No podemos ver Espaciópolis. Baley dirigió la vista hacia poniente; pero era como decía el comisionado. El horizonte se cerraba. Las torres de Nueva York se esfumaban entre la niebla. - Sé cómo es Espaciópolis - murmuró Baley. - Me agrada su aspecto desde aquí - explicó el comisionado -. Se puede columbrar en la abertura que forman los dos Sectores de Brunswick, bajo las bóvedas. Esa es la diferencia entre nosotros y los espacianos. Nosotros nos elevamos y aglomeramos. En cambio, cada uno de ellos tiene un domo para sí. Una familia: una casa. Y tierra entre cada domo. ¿Has hablado alguna vez con un espaciano, Lije? - En algunas ocasiones. Hará un mes hablé con uno aquí mismo, en tu intercomunicador - replicó Baley pacientemente. - Sí, lo recuerdo. Pero, vamos, me estoy poniendo filosófico. Nosotros y ellos. Son diversos modos de vida. Baley sentía retortijones en las tripas. A medida que el comisionado empleaba más circunloquios, más mortal se le figuraba la conclusión. Insinuó: - Muy bien; pero, ¿qué hay de sorprendente en eso? Imposible colocar a ocho mil millones de personas sobre la Tierra en pequeños domos. Los espacianos disponen de mucha más extensión en sus mundos; dejémosles, pues, que vivan a su manera. El comisionado se sentó de nuevo en su sillón, miró a Baley sin parpadear y manifestó: - No todos se muestran tan tolerantes respecto a las diferencias de cultura. Ni entre nosotros ni entre los espacianos. - ¿Y bien? - Hace tres días murió un espaciano. Las comisuras de los delgados labios de Baley se levantaron ligeramente; mas el efecto sobre su rostro triste y alargado resultó imperceptible. Comentó: - Lo siento mucho. De algo contagioso, supongo. Algo virulento. Quizás algún catarro. De pronto el comisionado apareció como sobresaltado: - ¿De qué estás hablando? La precisión con que los espacianos habían desterrado toda clase de enfermedades de su seno era sobradamente conocida. No obstante, el comisionado no supo captar el sarcasmo. - Hablaba por hablar. ¿De qué murió? - inquirió Baley. - Alguien le disparó con un desintegrador. En el pecho. Se lo voló. Baley se puso rígido. Sin volverse, exclamó: - Pero ¿qué estás diciendo? - Te estoy contando un asesinato. Tú eres un detective y sabes muy bien lo que es un asesinato. - Pero, ¡un espaciano! ¿Y hace tres días? - Sí.
Autor: Isaac Asimov
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Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: La primera consistía en su obstinada esperanza en que el gobierno acabaría por concederle el permiso, por lo cual no necesitaría otro recurso. Mas ésta esperanza había naufragado al fin en la entrevista sostenida con Araman. La segunda no había sido una esperanza, sino una triste toma de conciencia de su propia incapacidad. Él no era físico, y no conocía a físico alguno capaz de prestarle ayuda. La Facultad de Física se componía de hombres muy preparados e inmersos por entero en su especialidad. En el mejor de los casos, se negarían a escucharle. Y en el peor, le acusarían de anarquía intelectual. E incluso podría ocurrir que su teoría básica sobre Cartago fuese descartada. No quería correr ese riesgo. Ahora bien, la cronoscopia suponía el único medio para llevar a cabo su tarea. Sin la concesión del permiso, se encontraba perdido, atado de pies y manos. La primera sospecha indicando que tal vez consiguiera superar el segundo obstáculo le asaltó una semana antes de su entrevista con Araman, aunque de momento no la reconoció. Sucedió durante uno de los tés de la universidad. Potterley asistía sin falta a esas reuniones. Lo consideraba un deber, y él solía cumplir religiosamente sus deberes. Una vez en ellas, no obstante, pensaba que no tenía por qué trabar una conversación ligera o hacerse nuevos amigos. Se tomaba parcamente una o dos tazas, cambiaba unas palabras corteses con el decano de tal o cual facultad, dedicaba una ligera sonrisa al resto de los circunstantes y abandonaba temprano la reunión. En otras circunstancias, no habría prestado atención al tímido joven que se mantenía en pie, inmóvil, en un rincón. Jamás habría soñado siquiera en dirigirle la palabra. Sin embargo, cierto concatenación de causas le condujo a hacerlo, contrariamente a su naturaleza. Aquella mañana, en el desayuno, su mujer le había anunciado en tono melancólico que había soñado de nuevo con Laurel, esta vez con una Laurel ya crecida, aunque con el mismo rostro infantil de sus tres años. Potterley la dejó hablar. Hubo una época en que se empeñó en combatir la excesiva preocupación de su esposa por el pasado y la muerte. Nunca recobrarían a Laurel. Ni los sueños ni la conversación lo lograrían. Mas si eso apaciguaba a Caroline Potterley..., que soñara y hablara. Aun así, cuando el historiador fue a dar su clase por la mañana, se sintió de pronto afectado por las sandeces de su mujer. ¡Laurel hecha una mujer...! Su única hija había muerto hacía casi veinte años. Durante todo ese tiempo, cada vez que pensaba en ella la veía como una pequeña de tres años. «Si siguiese con vida —pensó—, no tendría tres años, sino cerca de los veintitrés.» Sin poderlo evitar, se encontró imaginando a Laurel en su progresivo crecimiento hasta llegar a esa edad. No lo lograba del todo, pero lo intentaba. Laurel usando maquillaje. Laurel saliendo con muchachos. ¡Laurel... a punto de casarse! Así que, al ver a aquel joven rondando en torno a los grupos compuestos por los profesores de la facultad, que circulaban muy tiesos, se le ocurrió quijotescamente que un joven semejante podía haberse casado con Laurel. Acaso aquel mismo joven... Laurel podría haberlo conocido en la universidad, o bien una noche en que le hubieran invitado a cenar en casa de los Potterley. Y podrían haberse atraído mutuamente. Laurel hubiera sido bonita, eso desde luego, y el muchacho tenía buen aspecto. Atezado de rostro, de expresión resuelta y excelente porte. La vaga quimera se desvaneció pronto. No obstante, Potterley continuó mirando con bobalicona fijeza al muchacho, no como a un ser extraño, sino como a un posible yerno en un tiempo que pudo haber sido. Y sin saber cómo, se vio encaminándose hacia él. Como en una especie de autohipnosis. Le tendió la mano. —Soy Arnold Potterley, de la Facultad de Historia. Es usted nuevo aquí, ¿verdad? El joven le miró ligeramente asombrado, pasando su vaso a la mano izquierda, a fin de estrechar con la derecha la que se le tendía.
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Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: Pero eso no era suficiente, y mí ansia me condujo a los extremos. Al principio de cada período escolar, leía impacientemente todos los libros de texto que me daban, yendo de cubierta a cubierta como una conflagración personificada. Como estaba dotado de una prodigiosa memoria y una instantánea recordación, ése era todo el estudio que hacía durante aquel curso, pero lo terminaba antes de que finalizara la semana, y entonces ¿que? Así que; cuando cumplí once años, se me ocurrió que si escribía mis propios libros, podría releerlos cuando quisiera. Naturalmente, no llegué a escribir un libro completo. Empezaba uno y lo llenaba de divagaciones hasta que me cansaba y empezaba otro. Todos estos primeros escritos se han perdido, aunque recuerdo algunos detalles con toda claridad. En la primavera de 1934 me matriculé en un curso especial de inglés que tenía lugar en mi escuela superior (escuela superior de muchachos de Brooklyn) y daba especial importancia a la composición. El profesor también era asesor de ha revista literaria semestral realizada por los estudiantes, y tenía la intención de reunir material. Seguí el curso. Fue una experiencia humillante. En aquel tiempo tenía catorce años, y bastante verdes e inocentes. Escribí insignificancias, mientras que el resto de la clase (que debía tener dieciséis años) escribió complicadas obras trágicas. Ninguno de ellos mantuvo en secreto su desprecio hacia mí, y aunque yo lo sentí mucho, no pude hacer nada. Hubo un momento en que creí haberlos vencido, cuando uno de mis productos fue aceptado para la revista literaria semestral mientras que muchos de los suyos fueron rechazados. Por desgracia, el profesor me dijo, con despiadada insensibilidad, que el mío era el único tema humorístico de todos los presentados y que, como necesitaba una obra que no fuera trágica, se veía obligado a tomarla Se llamaba Hermanitos, trataba de la llegada al mundo de mi propio hermano pequeño cinco años antes, y fue mi primera obra publicada. Supongo que puede encontrarse en los registros de la escuela superior de muchachos, pero yo no la tengo. A veces me pregunto qué debe haberles ocurrido todos esos grandes trágicos de la clase. No recuerdo ni un solo nombre y no tengo la intención de averiguarlo... pero a veces me lo pregunto. Hasta el 29 de mayo de 1937 (según una fecha que apunté... aunque fue antes de que empezara mi diario, así que no lo afirmaría bajo juramento), no se me ocurrió la vaga idea de escribir algo para una publicación profesional; ¡algo por lo que me pagaran! Naturalmente tenía que ser un relato de ciencia-ficción, pues yo había sido un ávido aficionado a este género desde 1929 y no reconocía que ninguna otra forma de literatura fuera digna de mis esfuerzos. El relato que empecé a componer para tal propósito, el primero que escribí con vistas a convertirme en "escritor", se titulaba Tirabuzón cósmico. En él presentaba el tiempo como una hélice (es decir, algo parecido a un bastidor de muelles). Uno podía ir directamente de una vuelta a la siguiente, o sea, introducirse en el futuro por un intervalo de tiempo determinado, pero sin poder acortar la estancia ni un solo día. Mi protagonista hizo el viaje a través del tiempo y encontró la Tierra desierta. Toda vida animal había desaparecido; sin embargo, todo indicaba que ésta había existido hasta hacía poco... y ninguna indicación sobre lo que había producido la desaparición. Estaba escrito en primera persona desde un asilo de lunáticos, porque el narrador, naturalmente, había sido internado en un manicomio cuando regresó e intentó contar su historia. Sólo escribí unas cuantas páginas en 1937, y después dejó de interesarme. El mero hecho de pensar en publicarlo debió paralizarme. Mientras mis escritos estuvieron destinados sólo para mí, pude ser lo bastante despreocupado. La idea de otros posibles lectores caía pesadamente sobre cada palabra que escribía. Así que lo abandoné Después, en mayo de 1938, la revista más importante en la especialidad, Astounding
Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: —¡Gran Galaxia! —dijo Lucky con una risita—. ¡La corona! ¡Naturalmente! ¡Debería haberlo supuesto! —¿Supuesto qué? —preguntó Bigman—. ¿Qué es lo que pasa? Oiga, Mindes, ¡explíquese de una vez! Mindes dijo: —Dese la vuelta. Le está dando la espalda. Todos se volvieron. Lucky dejó escapar un silbido entre los dientes; Bigman aulló de sorpresa. Mindes no dijo nada. Una sección del horizonte resaltaba vivamente contra una nacarada sección del cielo. Cada una de las irregularidades de aquella parte del horizonte resaltaba claramente. Encima de ella, el cielo mostraba un suave resplandor, que se desvanecía con la altura, hasta una tercera parte de la distancia al cenit. El resplandor consistía en brillantes y curvadas franjas de pálida luz. —Esa es la corona, señor Jones —dijo Mindes. A pesar de su asombro, Bigman no olvidaba su propia concepción de las conveniencias. Gruñó: —Llámeme Bigman. —Después dijo—: ¿Se refiere a la corona que hay alrededor del Sol? No pensaba que fuera tan grande. —Tiene un millón y medio de kilómetros de altura, o quizá más —dijo Mindes—, y nosotros estamos en Mercurio, el planeta más cercano al Sol. En este momento sólo nos separan unos cuarenta y cinco millones de kilómetros del Sol. Usted es de Marte, ¿verdad? —Allí he nacido y allí me he criado —dijo Bigman. —Bueno, si ahora pudiera ver el Sol, comprobaría que es treinta y seis veces más grande que visto desde Marte, al igual que la corona. Así pues, es treinta y seis veces más brillante. Lucky asintió. El Sol y la corona serían unas nueve veces más grandes que vistos desde la Tierra. Y la corona no podía verse desde la Tierra a no ser en períodos de eclipse total. Bueno, Mindes no había mentido del todo. Había hermosos panoramas que ver en Mercurio. Intentó completar la corona, imaginarse el Sol que ésta rodeaba y que estaba oculto justo debajo del horizonte. ¡Sería un panorama maravilloso! Mindes prosiguió, con una inconfundible amargura en la voz: —Llaman a esta luz «el fantasma blanco del Sol» Lucky dijo: —Me gusta. Es una frase muy lograda. —¿Muy lograda? —replicó violentamente Mindes—. Yo no lo creo así. Se habla demasiado de fantasmas en este planeta. Es un planeta maldito. Aquí no hay nada que vaya bien. Las minas no... —Su voz se desvaneció. Lucky pensó: «Dejaremos que se calme» En voz alta dijo: —¿Dónde está ese fenómeno que íbamos a ver, Mindes? —Oh, sí. Tendremos que andar un poco. No es muy lejos, considerando la gravedad, pero será mejor que tengan cuidado. Aquí no tenemos caminos, y el resplandor coronario puede resultar muy desconcertante. Sugiero que encendamos las luces de los cascos. Encendió la suya mientras hablaba, y un haz de luz surgió por encima de la placa de recubrimiento, convirtiendo el terreno en un áspero conjunto de remiendos amarillos y negros. Otras dos luces se encendieron, y las tres figuras se pusieron en marcha sobre sus botas aislantes. No hacían ningún ruido en el vacío, pero cada uno de ellos notaba las suaves vibraciones ocasionadas por cada paso en el aire dentro de su traje. Mindes parecía reflexionar sobre el planeta a medida que andaba. Dijo, con voz baja y tensa: —Odio Mercurio. Hace seis meses que estoy aquí, dos años de Mercurio, y ya estoy harto. Creía que no iba a estar más de seis meses; ahora ya ha pasado el tiempo y no se
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Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: platos terrestres. sopa de verduras, chuletas de ternera, patatas asadas, guisantes, helado y café. —Sí, hubo un cambio. —Forester arqueó las cejas—. Manning ordenó marciruelas en almíbar de postre. —¿Y usted no? —No. —¿Y dónde están ahora esas marciruelas? David también había comido ese postre. Eran ciruelas maduradas en los amplios huertos marcianos, jugosas y sin hueso, con un sutil sabor a canela que se unía al delicioso aroma de fruta fresca. —Se las ha comido. ¿Qué se imagina usted? —repuso Forester. —¿Cuánto tiempo antes del colapso? —Alrededor de unos cinco minutos, creo. Aún no habíamos terminado el café. —El hombre empalidecía segundo a segundo—. ¿Estaban envenenadas? David no respondió. Se encaró, en cambio, con el administrador. —¿Qué pasa con esas marciruelas? —Pues nada. No tienen nada malo. —Gaspere había cogido la cortina del reservado y la sacudía con fuerza, pero no se olvidaba de no alzar demasiado la voz—. Eran parte de un cargamento fresco de Marte, controlado y aprobado por el gobierno. Sólo en estas tres últimas noches hemos servido cientos de raciones. Nada semejante había ocurrido hasta ahora. —De todos modos, será prudente que ordene usted que se eliminen de la lista de postres hasta que se les haga un nuevo análisis. Y por si no fueran las marciruelas, tráigame usted una bolsa de cualquier clase y recogeré los restos de la cena para que sean estudiados. —En seguida, en seguida. —Y, por supuesto, no hable de esto con nadie. Al cabo de unos instantes el administrador regresó, enjugándose la frente con un pañuelo blanquísimo. —No logro entenderlo. En absoluto —murmuraba. David acomodó dentro de la bolsa los platos plásticos usados, con restos de comida aún adheridos, los trozos sobrantes de unos panecillos y puso a un lado los vasos en que se había servido el café. Gaspere dejó de estrujarse con frenesí las manos y alzó un dedo hacia la superficie de la mesa. La mano de David se adelantó de prisa y el administrador se halló con que tenía la muñeca prisionera. —¡Pero, señor, las migas! —También las cogeré. —Utilizó su cortaplumas para recoger cada migaja; la afilada hoja de acero se deslizaba sin dificultades sobre la nada del campo de fuerza. El propio David dudaba acerca de la conveniencia de utilizar campos de fuerza como tablas en las mesas. Su total transparencia no contribuía a crear tranquilidad. La vista de platos y cubertería descansando sobre nada debía llevar a los comensales a un estado de tensión; de modo que el campo tenía que estar fuera de fase, para inducir continuas interferencias que, con sus centelleos, brindaran la ilusión óptica de cuerpo, de volumen. En los restaurantes eran muy comunes, ya que, finalizada la comida, sólo era preciso extender el espesor del campo unos pocos milímetros para hacer desaparecer cualquier miga o gota. Cuando David hubo terminado con su tarea de recogida, permitió a Gaspere que extendiera el campo de fuerza, removiendo primero el cierre de seguridad con un dedo y luego el hombrecito pudo hacer uso de su llave especial. Inmediatamente apareció una superficie totalmente limpia.
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Autor: Administrador
Temática: Ficción
Descripción: operaciones. Minnim pronunció aquellas palabras con énfasis, lo que hizo pensar a Baley: «¿Será Calcuta? ¿O acaso Sidney?» Entonces observó que Minnim sacaba el cigarro y lo encendía reposadamente. «¡Caramba! - se dijo Baley - Eso indica que le cuesta hablar del asunto.» Minnim se sacó el cigarro de entre los labios y contemplando las volutas de humo dijo: - El Ministerio de Justicia le envía a usted en misión temporal a Solaria. Por un momento Baley trató de recordar dónde se hallaba aquel lugar. ¿Estaría en Asia? ¿Tal vez en Australia? De pronto se levantó del asiento y exclamó con voz tensa: - ¿Se refiere usted a uno de los Mundos Exteriores? Minnim evitó mirar a Baley: - Exactamente. - ¡Pero esto es imposible! A los terrestres no les está permitido visitar un Mundo Exterior. - A veces las circunstancias son las que mandan, agente Baley. Se ha cometido un asesinato en Solaria. Los labios de Baley se entreabrieron en una sonrisa maquinal. - ¿No le parece que ese lugar queda un poco lejos de nuestra jurisdicción? - Han solicitado nuestra colaboración. - ¿Nuestra colaboración? ¿A la Tierra? Baley se debatía entre la confusión y la incredulidad. Resultaba difícil imaginar que un Mundo Exterior mostrase con respecto a los terrestres otra actitud que no fuese de desdén. o, en el mejor de los casos, de condescendiente malevolencia. ¿Cómo era posible que pidieran ayuda al despreciado planeta materno? - ¿A la Tierra? - repitió con un tono de voz en el que se mezclaban el aturdimiento y la incredulidad. - Sí; reconozco que es un tanto insólito - dijo Minnim - ¿pero así es. Quieren que un detective terrestre se ocupe del caso. Nos lo han solicitado por vía diplomática, a través del mismísimo embajador. Baley volvió a sentarse. - ¿Y por qué me han elegido a mí? Ya no soy joven. Tengo cuarenta y tres años. Estoy casado y con un hijo. No puedo dejar la Tierra. - No hemos sido nosotros quienes le hemos elegido, amigo mío. Han sido ellos mismos los que han requerido sus servicios. - ¿Los míos? - Sí, los del inspector Elías Baley, grado C-6 de las fuerzas policiales de la ciudad de Nueva York. Sabían perfectamente lo que querían. Tal vez usted conozca la razón. Baley no quería dar el brazo a torcer. - Yo no reúno las condiciones necesarias para este servicio. - Ellos opinan que sí. Por lo visto les impresionó profundamente la manera en que llevó usted el caso del hombre del espacio asesinado. - Creo que están en un error. Exageran mi habilidad en resolver este caso. Minnim se encogió de hombros. - Sea como sea han solicitado sus servicios y nosotros hemos accedido. Tiene usted un nuevo destino y su documentación está preparada. Debe partir inmediatamente. Durante el tiempo que dure su ausencia nos ocuparemos de su familia, que recibirá el trato correspondiente a un C-7, pues ésta será su graduación provisional durante el tiempo que tarde usted en realizar este cometido. - Hizo una pausa significativa -. Si sale airoso de la prueba esta graduación será definitiva. Todo se sucedía con vertiginosa rapidez. Aquello parecía imposible. Él no podía dejar la Tierra. ¿Acaso no lo comprendían? Aparentando una calma que no sentía, preguntó:
Autor: Arácnido
Temática: Isaac Asimov
Descripción: Cuento
Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: Extrajo el objeto y lo acercó a la luz. (No eran demasiado listos: debían haber inutilizado el visiófono, en lugar de interferir solamente con el circuito emisor.) El objeto que sujetaba era un pequeño cilindro con un agujerito en la parte superior, Se lo acercó a la nariz y lo olió. Eso explicaba por lo menos el olor de la habitación. Era hypnita. Naturalmente, los chicos la habían tenido que usar para que no se despertase mientras manipulaban los circuitos. Biron podía ahora reconstruir paso a paso lo ocurrido. Abrieron la puerta con una palanqueta, cosa sencilla. Quizás habían preparado la puerta durante el día, para que pareciese cerrada, sin estarlo en realidad. No lo había comprobado. De todos modos, una vez abierta, debieron limitarse a poner un bote de hypnita dentro, y volvieron a cerrar. E! anestésico saldría lentamente, elevando la concentración hasta dejarle del todo inconsciente. Entonces podían entrar, enmascarados, naturalmente. ¡Espacio! Un pañuelo húmedo era suficiente para cerrar el paso a la hypnita durante quince minutos, y ese tiempo era todo el que se necesitaba. Aquello explicaba lo ocurrido con el sistema de ventilación. Había que eliminarlo para evitar que la hypnita se dispersase con excesiva rapidez. La eliminación del visiófono le impedía pedir ayuda, y la puerta encallada no le dejaba salir; la ausencia de luces servía para inducir pánico. ¡Qué chicos tan simpáticos! Biron soltó un gruñido. No podía molestarse demasiado; al fin y al cabo, una broma era una broma. Lo que le hubiese gustado hacer entonces era derribar la puerta y terminar de una vez. Los fuertes músculos de su torso se tensaron ante la idea, pero sabía que era inútil. La puerta había sido construida pensando en sacudidas atómicas. ¡Maldita tradición! Pero tenía que encontrar alguna manera de solucionarlo. No podía permitir que se saliesen con la suya. Lo primero que necesitaba era una luz, una verdadera luz, y no el resplandor fijo y poco eficaz del visiófono. Eso no era un problema. Tenía una linterna automática en su armario ropero. Por un momento, mientras manipulaba los controles de la puerta de! armario, se preguntó si también la habrían inmovilizado. Pero se abrió sin esfuerzo, y desapareció suavemente en su cavidad de la pared. No había ninguna razón para inmovilizar el armario, y por otra parte no habían tenido mucho tiempo. En aquel instante, cuando ya tenía la linterna en la mano y se daba la vuelta, toda la estructura de su teoría se hundió en un espantoso momento. Se quedó rígido, su abdomen se endureció, tensándose, y mantuvo la respiración, escuchando. Por primera vez desde que se había despertado oyó el murmullo del dormitorio. Escuchó la apagada e irregular conversación que mantenía consigo mismo, y reconoció inmediatamente la naturaleza de! sonido. Era imposible no reconocerlo, era «el chasquido mortal de la Tierra»: un sonido inventado hacía mil años. Para ser exacto: era el sonido de un contador de radiación que iba registrando las partículas cargadas y las duras ondas gamma que llegaban a él; los suaves impulsos electrónicos se fundían formando un leve murmullo. Era el sonido de un contador que contaba la única cosa que podía contar: ¡la muerte! Despacio, de puntillas, Biron fue retrocediendo. Desde un par de metros de distancia proyectó el haz luminoso en dirección a las profundidades del armario. El contador estaba allí, en el distante rincón, aunque verlo no significó nada para él. Había estado allí desde su ingreso en la universidad. La mayoría de los estudiantes recién llegados de los Mundos Externos compraban un contador durante la primera semana de su estancia en la Tierra. Al principio pensaban mucho en la radiactividad de la Tierra, y sentían la necesidad de protección. Generalmente vendían los contadores a la
Autor: Isaac Asimov
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Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: indefinidamente; pero de momento estaba dispuesto a continuar ejercitándose. Gracias a sus ejercicios diarios su cintura seguía siendo esbelta y sus piernas y sus brazos firmes. -Toda esta preocupación por Demerzel no puede obedecer simplemente a que sea amigo mío -dijo-. Has de tener otro motivo. -No es ningún misterio. Mientras seas amigo de Demerzel tu posición en la universidad no puede ser más segura, y podrás seguir trabajando en la investigación psicohistórica. -¿Ves? Tengo una buena razón para ser amigo suyo, y no me parece que esté más allá de tu comprensión. -Te interesa estar a buenas con él, cierto, y eso lo entiendo. Pero en cuanto a una auténtica amistad... Eso no lo entiendo. Ahora bien, si Demerzel pierde el poder, aparte del efecto que eso pueda tener sobre tu posición, Cleón gobernaría personalmente el Imperio y su declive se precipitaría. La anarquía podría caer sobre nosotros antes de que hubiéramos comprendido todas las implicaciones de la psicohistoria y hacer posible que esa ciencia salve a la Humanidad. -Comprendo. Pero... Verás, francamente no creo que consigamos desarrollar la psicohistoria a tiempo de evitar la caída del Imperio. -Aunque no pudiéramos evitar la caída, podríamos hacer que los efectos resultaran menos terribles, ¿no? -Quizá. -Bien, ahí lo tienes. Cuanto más tiempo podamos trabajar en paz más posibilidades hay de que consigamos evitar la caída o, por lo menos, atenuar sus efectos. En tal caso y-si seguimos el razonamiento en sentido inverso quizá sea necesario salvar a Dumerzel tanto si nos..., o por lo menos, tanto si me gusta como si no. -Pero acabas de decir que te gustaría verle fuera del palacio, lejos de Trantor... y fuera del Imperio, de hecho. -Sí, y dije que eso sería lo ideal. Pero no vivimos en condiciones ideales y necesitamos a nuestro primer ministro incluso si es un instrumento de represión y despotismo. -Entiendo. Pero ¿por qué crees que el Imperio se encuentra tan cerca de la disolución que la pérdida de un primer ministro bastará para provocarla? -Por la psicohistoria. -¿La estás usando para hacer predicciones? Aún no disponemos del marco estructural adecuado. ¿Qué clase de predicciones puedes hacer? -Existe algo llamado intuición, Hari. -La intuición siempre ha existido. Queremos algo más, ¿no? Queremos disponer de un tratamiento matemático que nos proporcione las probabilidades de desarrollos futuros específicos bajo esta condición o aquella. Si la intuición basta para guiarnos no necesitamos la psicohistoria para nada. -No tiene por qué ser una cuestión de una o la otra, Hari. Estoy hablando de ambas, de una combinación que puede ser mejor que cualquiera de ellas por separado... al menos hasta que la psicohistoria esté perfeccionada. -Si es que llega a estarlo alguna vez -repuso Seldon-. Pero, dime... ¿de dónde surge ese peligro que amenaza a Demerzel? ¿Qué es lo que tiene tantas probabilidades de hacerle daño o derrocarle? ¿Estamos hablando del derrocamiento de Demerzel? -Sí -dijo Amaryl, y compuso una expresión seria. -Bien, explícame a qué te refieres. Apiádate de mi ignorancia. Amaryl se ruborizó. -Estás siendo condescendiente, Hari. Supongo que has oído hablar de Jo-Jo Joranum, ¿no? -Desde luego. Es un demagogo... Espera, ¿de dónde es? De Nishaya, ¿verdad? Un mundo muy poco importante. Rebaños de cabras, creo, y quesos de alta calidad.
Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: deseaban, y él también, no podía negarlo. Sin embargo, ahora había sobrepasado su trigésimo invierno, su cabello había encanecido, sus pechos colgaban fláccidos, los hombres ya no la miraban con deseo, y había cambiado su nombre por La Que Sabe, y se daba aires de sabiduría, como si la Diosa hubiera penetrado en su alma. La miró. —Sabía que iba a nevar, pero también sabía que no valía la pena mencionarlo. Sentí la nieve en el muslo, donde me hirieron hace mucho tiempo, donde siempre siento la llegada de la nieve. —Me pregunto si dices la verdad. —¿Me estás llamando mentiroso? —De haber sabido que iba a nevar, nos lo hubieras dicho. Te habría gustado ponerte una manta encima tanto como a cualquiera. Aún más, me parece. —Pues mátame —dijo Nube De Plata—. Lo admito todo. No sentí que iba a nevar. Por lo tanto, no di el aviso y te has despertado con la nieve en la cara. Es un pecado terrible. Llama a la Sociedad de Ejecutores, ordena que me conduzcan detrás de la colina y que me golpeen doce veces con el garrote de marfil. ¿Crees que me importaría, La Que Sabe? He visto cuarenta inviernos y algunos más. Soy muy viejo y estoy muy cansado. Si quisieras gobernar a la tribu durante un tiempo, me complacería mucho apartarme de tu camino y... —Por favor, Nube De Plata. —Es verdad, ¿no? Día a día crece la sabiduría en tu interior, en tanto yo me limito a envejecer. Ocupa mi lugar. Ten. —Se quitó con brusquedad el manto de piel de oso propio de su cargo y se lo arrojó a la cara—. ¡Vamos, cógelo! Y el gorro de plumas, la vara de marfil y todo lo demás. Bajaremos y lo anunciaremos a todo el mundo. Mi tiempo ha terminado. Ahora, tú eres el jefe. ¡La tribu es tuya! —Te comportas como un tonto. Y además, no eres sincero. El día que renuncies al gorro de plumas y a la vara de marfil será el día que te encontremos tendido en el suelo, frío y rígido, ni un momento antes. —Le devolvió el manto—. Ahórrame tus gestos majestuosos. No tengo el menor deseo de ocupar tu lugar, ni ahora ni cuando mueras, y tú lo sabes. —Entonces, ¿por qué has subido a molestarme a causa de esta ridícula nevada? —Porque es la quinta semana del verano. —¿Y qué? Ya hemos hablado de eso. La nieve puede caer en cualquier época del año, y no hace falta que yo te lo diga. —He mirado los bastones del recuerdo. No nevaba en esta época del año desde que era pequeña. —¿Has mirado los bastones del recuerdo? —preguntó Nube De Plata, asombrado—. ¿Quieres decir esta mañana? —¿Cuándo, si no? Desperté, vi la nieve y me asusté. Fui a ver a Guardiana Del Pasado y le pedí que me enseñara los bastones. Los examinamos juntas. Hace diecisiete años, nevó en la quinta semana del verano. Desde entonces no había vuelto a suceder. ¿Sabes lo que ocurrió aquel verano? Seis miembros de nuestro pueblo murieron en la caza de rinocerontes, y cuatro en una estampida de mamut. Diez muertos en un sólo verano. —¿Qué intentas decirme, La Que Sabe? —No intento decirte nada. Te pregunto si crees que esta nevada es un presagio. —Creo que la nieve es nieve. Nada más. —¿No crees que la Diosa sé ha enfadado con nosotros? —Pregúntalo a la Diosa, no a mí. Últimamente, la Diosa no habla mucho conmigo. La Que Sabe hizo una mueca de exasperación. —No seas frívolo, Nube De Plata. ¿Y si esta nieve significa que un peligro nos acecha?
Autor: Arácnido
Temática: Isaac Asimov
Descripción: Cuento
Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: Pero no estaban desiertos, en modo alguno. Aquí y allá, en toda su longitud, se veían algunas figuras: hombres, casi todos de ojos azules, pelirrojos y vestidos con burdas túnicas de arpillera que ajustaban a la cintura mediante anchos cinturones con bolsas y enormes hebillas. También se veía a algunas mujeres, que se distinguían de los hombres por la longitud de las cabelleras y las túnicas. Todos tenían un aspecto furtivo, huidizo; aunque habían pasado muchos años desde que fue visto por última vez el Terror, no era fácil abandonar los hábitos de cien generaciones. Por eso el corredor, sus habitantes, las ropas de los mismos e incluso sus costumbres, se combinaban para dar la sensación de lúgubre uniformidad. De algún lugar muy por debajo de ese pasadizo llegaba como un latido el estrépito incesante de alguna máquina gigantesca; una pulsación continua, tan unida a la existencia de aquellas personas, que éstas difícilmente habrían reparado en ella. Pero ese latido las golpeaba, penetraba en sus mentes y, con su ritmo constante, afectaba todo lo que hacían. Cierto sector de la galería parecía mas poblado que el resto. Allí las luces brillaban con más fuerza, las cortinas que cubrían los umbrales estaban más nuevas y limpias, y se veía mayor número de personas. Entraban y salían de los nichos como los conejos de sus jaulas o los oficinistas de alguna importante empresa comercial. De una galería lateral salieron un muchacho y una chica. Tendrían unos catorce años y eran excepcionalmente altos. Evidentemente habían alcanzado ya su crecimiento máximo, aunque su inmadurez era notoria. Lo mismo que los mayores, tenían ojos azules y eran pelirrojos, característica debida a la eterna privación de luz solar y la exposición, durante toda la vida, a los rayos de la iluminación artificial. En su actitud había cierto aire de osadía y listeza, que arrancaba a muchos de los habitantes del corredor una mueca de desaprobación a su paso. Se adivinaba que los mayores juzgaban que la generación joven estaba precipitándose hacia la ruina. Tarde o temprano, la osadía y la listeza harían que el Terror descendiera desde la Superficie. Con sublime indiferencia frente a la desaprobación que tan manifiestamente suscitaban, los dos jóvenes continuaron su camino. Salieron de la galería principal para entrar en otra menos iluminada, y después de seguir por ella casi kilómetro y medio, pasaron a otra. El corredor donde se hallaban en ese momento era estrecho y se dirigía hacia arriba, con fuerte pendiente. Estaba desierto; la espesa capa de polvo y el mal estado de las lámparas indicaban que nadie lo frecuentaba desde hacía mucho tiempo. Los nichos carecían de aquellas cortinas que ocultaban el interior de los habitáculos en los pasillos importantes. Casi todos los umbrales estaban llenos de polvorientas telarañas. Mientras seguían pasadizo arriba, la muchacha se acercó al joven, pero sin manifestar otro signo de temor. Poco después, el corredor se hizo más empinado y terminó en un conducto ciego. Los dos se sentaron sobre la mugre que cubría el suelo y empezaron a hablar en voz baja. —Debe hacer muchos años que nadie viene por aquí —dijo la muchacha—. Tal vez encontremos alguna cosa de valor que olvidasen cuando abandonaron este pasadizo. —Creo que Tumithak exagera cuando nos habla de posibles tesoros perdidos en estos corredores —respondió el muchacho—. Es seguro que habrán sido recorridos por otros después de quedar abandonados, para registrarlos como hacemos nosotros. —Ojalá estuviese aquí Tumithak —comentó la muchacha poco después—. ¿Crees que vendrá? Sus ojos se esforzaron en vano por penetrar las tinieblas del pasillo. —Seguro que vendrá, Thupra —afirmó su compañero—. ¿Acaso Tumithak ha dejado de reunirse con nosotros cuando lo ha prometido? —Pero ¡venir solo! —protestó Thupra—. Si no estuvieras tú aquí, Nikadur, me moriría de miedo.
Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: lanzaba semejante grito! Yo creía que se habrían necesitado no menos de tres hombres, forzando las cuerdas vocales al máximo. Pero aquello no fue más que el comienzo. Cuando empezaron a salirle los dientes, ¡eso sí que fue una tortura! No pude pegar ojo en dos meses. Sólo conseguí sobrevivir gracias a que dormitaba con los ojos abiertos en la escuela. Y eso no fue todo. Se acercaba la Pascua, y con ella la tan ansiada excursión a Rhode Island; pero mi hermano menor enfermó de sarampión y todo se deshizo en humo. Pronto acabaron de salirle los dientes y creí que podría gozar de cierta paz, pero no, eso tampoco fue posible. Ignoraba yo que cuando un niño aprende a caminar y comienza a hablar molesta más que un ciclón, al que añadiremos un huracán para completar el símil. Su diversión preferida era caer rodando por la escalera, dando en cada escalón un golpe resonante con la cabeza. Esto sucedía con una frecuencia de una vez por minuto, y siempre provocaba una bronca de mi madre (no a él, sino a mí por no vigilar). Eso de «vigilar» no es tan sencillo como parece. El bebé suele mostrar su cariño arrancándole a uno mechones de pelo, con una fuerza que uno jamás sospecharía en un individuo de un año. Cuando, después de varios minutos de tortura insoportable, se logra convencerle de que suelte, él se distrae golpeándole a uno en las canillas con un hierro pesado, afilado o puntiagudo a ser posible. El bebé no sólo es una lata cuando está despierto, sino que resulta doblemente pesado cuando toma su siesta diaria. Ésta es una escena muy corriente: estoy sentado en una silla junto al cochecito, profundamente sumergido en Los tres mosqueteros. En apariencia, mi hermano menor duerme pacíficamente, pero no es así. Con un instinto pavoroso, pese a que tiene los ojos cerrados y no sabe leer, conoce exactamente en qué momento llego a un capítulo interesante y, con una mueca maliciosa, elige ese preciso momento para despertar. Dejo el libro bufando y le acuno hasta sentir que mis brazos están a punto de quebrarse. Cuando vuelve a quedarse dormido, yo ya he perdido mi interés por el famoso trío, y me ha fastidiado el día. Ahora mi hermano menor tiene cuatro años y medio, y casi todas esas costumbres irritantes han desaparecido. Pero presiento que llegarán otras. Me estremezco al pensar que pronto empezará a ir a la escuela, sumando una nueva carga sobre mis hombros. Estoy absolutamente seguro de que, no sólo tendré que seguir haciendo los deberes que me impongan mis empedernidos maestros, sino que además seré responsable de los de mi hermano menor. ¡Me gustaría estar muerto! * * * No hará falta explicar que este ensayo es totalmente imaginario, excepto las fechas de nacimiento y llegada a casa de mi hermano menor. En realidad, mi hermano Stan fue un niño modelo que no me creó problemas. Lo paseaba muchísimo en el cochecillo, pero siempre lo hacía con un libro abierto en la manija, de modo que no me molestaba. También me sentaba junto al cochecillo cuando dormía, pero no solía despertar y rara vez me molestó. Y cuando llegó el momento, hizo siempre sus deberes escolares. Quedé estupefacto al releer mi referencia a «la excursión a Rhode Island». ¡Qué mentira! Nadie pensó nunca en ir de excursión a ningún sitio. ¡Nunca!, mientras tuvimos la tienda de golosinas. Otra cosa sobre el «Boys High Recorder»: durante los cuatro decenios transcurridos desde aquel curso de redacción, he venido preguntándome qué habrá sido de los muchachos que se burlaban de mí. ¿Habrán llegado a saber que se reían de quien estaba
Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: La excusa para estar a solas con ella era exactamente lo que buscaba, pero también tenía mi orgullo. Jamás he permitido que nadie me enseñe más de lo necesario para comenzar a enseñarme a mí mismo. —Está bien —le dije—. Ahora practicaré. Eso hice. Hace treinta y siete años que escribo a máquina, y a veces consigo dactilografiar noventa palabras por minuto durante varias horas seguidas. ¡He practicado muchísimo! Naturalmente, cuando empecé a practicar utilizaba los dos lados de la hoja, escribiendo a un espacio y sin márgenes. Tenía que ahorrar papel. Más tarde aprendí a utilizar un solo lado de la hoja y a doble espacio, pero ni siquiera hoy consigo dejar márgenes respetables. Además, tiendo a gastar las cintas de máquina y el papel carbón hasta que quedan más agotados de lo normal. No es cuestión de economía; ya no necesito economizar en este sentido. Lo que pasa es que aún no me he recuperado del trauma de tener que sacar dinero del cajón de la tienda para papel y cintas de máquina. Aunque ya era propietario de una máquina de escribir, todavía no había logrado escribir ciencia-ficción. Pero empezaba a enfilar en ese sentido. Para abrir boca me puse a escribir fantasía. Durante la década de los 30, existía en el mercado una especie de revistas de fantasía. Una se llamaba «Weird Tales» y era un par de años más antigua que «Amazing Stories». Sus cuentos recordaban a Edgar Allan Poe y se caracterizaban por un estilo horriblemente recargado. El autor más típico de «Weird Tales» era H. P. Lovecraft, cuya manera de escribir me parecía repugnante. También había revistas sensacionalistas dedicadas a «relatos de terror», que contenían tanto sexo y sadismo como permitía la época. Por aquel entonces podía leerlas, pues mi padre había abandonado toda pretensión de marcarle a un estudiante universitario lo que podía leer, pero me resultaban insoportables. En consecuencia, el relato fantástico que escribí no se parecía a éstos, sino que fue algo enteramente original. Se refería (según recuerdo) a un grupo de hombres que realizaba una exploración a través de un universo poblado de duendes, enanos y hechiceros, y donde la magia surtía efecto. No sabía que intentaba anticiparme a Tolkien y su Lord of the Rings. Mientras escribía fantasías, aún leía ávidamente ciencia-ficción. El ingreso en el Colegio no disminuyó mi interés, tal vez porque era muy joven. (Todavía era adolescente cuando me gradué del Colegio,) No sólo seguí leyendo la «Astounding Stories» con fiel atención, número tras número, sino que procuraba seguir también las «Amazing Stories» y «Wonder Stories», encontrando a veces en ellas algunas joyas preciosas. Por ejemplo, El hombre que encogió, de Henry Hasse, que apareció en «Amazing Stories» de agosto de 1936. EL HOMBRE QUE ENCOGIÓ Henry Hasse 1 Años, siglos, eras han pasado volando ante mí en interminable desfile, dejándome incólume: pues yo soy inmortal y el único de mi especie en todo el universo. ¿Universo?
Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: —Es posible, pero ¿de qué va a servirte? —Aún no estoy seguro. Sin embargo, será una ventaja que otros investigadores no han tenido. Una onda emocional inesperada por parte de alguien de allí puede ayudarme, puede proporcionarme una base en qué fundar mis sospechas, puede señalarme el camino de la futura investigación. Y, además... —¿Sí? —Si alguien tiene poder telepático, sea natural o desarrollado por medio de alguna ayuda artificial, puedo detectar algo mucho más fuerte que una oleada de emoción. Puedo detectar un pensamiento, un pensamiento importante, antes de que el individuo haya leído en mi mente lo bastante para ocultar sus pensamientos. ¿Comprendes lo que quiero decir? —También podría detectar tus emociones. —Teóricamente, sí, pero yo estaré a la espera de una emoción, por así decirlo. Él, no. Los ojos de Conway se iluminaron. —Es una esperanza muy débil, pero, por el espacio, ¡es una esperanza! Te conseguiré la V-rana... Pero una cosa, David... —y era sólo en momentos de gran inquietud cuando empleaba el verdadero nombre de Lucky, aquel por el que el joven consejero había sido conocido a lo largo de toda su infancia—, quiero que comprendas la importancia de todo esto. Si no averiguamos lo que están haciendo los sirianos—, significa que realmente han logrado sobrepasarnos. Y eso significa que la guerra no puede demorarse mucho. La guerra o la paz dependen de esto. —Lo sé —dijo Lucky en voz baja.
Autor: Isaac Asimov
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Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: y se desprenden, mientras inicia su cerebración con la síncopa enloquecida de un cerebro que su tic-tac emprende. Doctor A., seguramente algo le vuelve visionario y bastante trastornado. Puesto que le leo con devoción, ¿no querrá darme una noción de esa poción astutamente preparada de la que emergen sus tramas, de esa mezcla secreta, espumosa, alocada, que en elemento permanente le ha convertido, en los lugares de la c. f. más favorecidos...? Ahora, doctor A., no se vaya... Oh, doctor A... Oh, doctor A... NOTAS DE RECHAZO a) CULTA Querido Asimov, las leyes mentales todas prueban que tiene sus defectos la ortodoxia. Considere esa componente ecléctica de la filosofía de Kant que mella con fauces incansables y antilógicas las gastadas e inútiles sierras que se atascan en buches de mutante de nuestra era. Ahí va pues su relato (con débil vítor). Las palabras anteriores tienen amplio motivo. b) CULTA Querido Ike, estaba preparado (y, chico, realmente asustado) para tragar, viniendo de ti, casi cualquier cosa. Pero, Ike, eres pura droga, tu forma de escribir es embriagamiento: sólo queda seca tos y mental hinchamiento. Te devuelvo esta porquería; olía, apestaba, hedía; un breve vistazo fue lo bastante espantoso. Aunque, Ike, chico, poco a poco, prueba de nuevo. Necesito algunas fantochadas y, muchacho, adoro tu fiemo. c) AMABLE
Autor: Isaac Asimov
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Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: - No puedo hacerlo, Don. Y no quiero hacerlo. Voy a decirle la verdad: no voy a hacer absolutamente nada hasta que Benes esté aquí. Y no me gusta que pretenda usted forzarme la mano. Los labios de Reíd palidecieron. - ¿Y qué debo hacer, general? - Esperar, como espero yo. Contar los minutos. Reíd se volvió para marcharse. Seguía dominando firmemente su indignación. - Si yo estuviera en su sitio, general, pensaría en las píldoras sedantes. Carter le dejó marchar, sin replicarle. Consultó su reloj. - ¡Sesenta y un minutos! - murmuró, y estiró la mano para coger un sujetapapeles. Casi con un sentimiento de alivio entró Reid en el despacho del doctor Michaels, jefe civil del departamento médico. La expresión del ancho rostro de Michaels no pasaba nunca de una tranquila animación, acompañada, a lo sumo, de una seca risita; mas, por otra parte, nunca descendía a nivel inferior de una fugaz solemnidad que, al parecer, ni él mismo se tomaba muy en serio. Tenía en la mano su inseparable gráfica, o una de ellas. Para el coronel Reid, todas esas gráficas se parecían. Cada una de ellas era un verdadero lío, y, tomadas en su conjunto, el lío se multiplicaba. En ocasiones, Michaels trataba de explicarle las gráficas, o de explicarlas a otras personas; Michaels era terriblemente aficionado a explicarlo todo. Por lo visto, el torrente sanguíneo estaba provisto de una débil radioactividad, y el organismo (igual en el hombre que en una rata) tomaba su propia fotografía, por así decirlo, sobre un principio laserizado que daba una imagen tridimensional. - En fin, no se preocupe por esto - decía Michaels, al llegar a este punto -. Lo cierto es que se obtiene una imagen en tres dimensiones de todo el torrente circulatorio, la cual puede ser entonces registrada bidimensionalmente en cuantas secciones y direcciones se requieran para el trabajo. Si la imagen se amplía lo bastante, puede llegar hasta los menores capilares. Y con ello me quedo convertido en un simple geógrafo - terminaba Michaels -. Un geógrafo del cuerpo humano, que traza el mapa de sus ríos y bahías, de sus radas y de sus riachuelos; los cuales son mucho más complicados que los de la Tierra, se lo aseguro. Reid contempló la gráfica por encima del hombro de Michaels y dijo: - ¿De quién es, Max? - De nadie que valga la pena - dijo Michaels, dejando la gráfica a un lado -. La gente, cuando espera, suele leer un libro. Yo leo un sistema sanguíneo. - También esperando, ¿en? Lo mismo que él - dijo Reíd, moviendo la cabeza en dirección al despacho de Carter -. Y esperando lo mismo, ¿no? - La llegada de Benes, naturalmente. Y, sin embargo, no acabo de creerlo. - De creer, ¿qué? - De que ese hombre tenga lo que dice que tiene. Yo soy fisiólogo, claro está, y no físico - dijo Michaels, encogiéndose de hombros en humorístico ademán casi de excusa -, pero suelo creer en los técnicos. Y éstos dicen que no hay manera. Les oí decir que el Principio de Incertidumbre impide que pueda hacerse por más de un tiempo dado. Y el Principio de Incertidumbre es indiscutible, ¿no cree? - Tampoco yo soy técnico, Max; pero estos mismos expertos nos dicen que Benes es la autoridad suprema en este campo. Los del Otro Lado lo han tenido a su servicio y se han mantenido a nuestra altura gracias a él; «sólo» gracias a él. No tenían otro sabio de primera fila, mientras que nosotros tenemos a Zaletski, a Kramer, a Richtheim, a Lindsay y a todos los demás. Y nuestros hombres más importantes creen que debe tener algo, si él lo dice.
Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: Isaac Asimov 6 humanos podrán permanecer “productivos”, según nuestra comprensión actual del mundo, hasta edad avanzada. Sin embargo, ¿es esto posible? ¿Llegará el tiempo en que la gente disfrute tanto que la instruyan que deseará comprometerse con la educación, yendo y viniendo, durante toda su vida? ¿Por qué no, si pueden aprender lo que les interese y no lo que alguna autoridad diga que es lo que deben aprender, les guste o no? Significará que debemos cambiar la educación de programas fijos a una dirección de gusto personal. Después de todo, según pasa el tiempo (si la civilización sobrevive), el mundo estará cada vez más automatizado y computarizado. El trabajo monótono y repetitivo del mundo –tanto físico como mental- será realizado por dispositivos mecánicos, y a los seres humanos les quedará la tarea de la creación. El mundo será, cada vez más, un mundo de tiempo libre. La educación tendrá que orientarse al ocio. Cada vez más el mundo se administrará a sí mismo, y se deteriorará la misma idea de seres humanos “productivos” e “improductivos”. Entonces, naturalmente, la gente podrá seguir su propio camino. Siempre habrá quienes quieran aprender tecnología de computación, o involucrarse en investigación científica, o diseñar nuevos procedimientos educativos. Si algo sucede, supongo que habrá más gente de la necesaria que voluntariamente desee ayudar a complementar el manejo mecánico del mundo. ¿Y los demás? Habrá quienes estén interesados en escribir, componer, pintar o esculpir; algunos otros preferirán los deportes o viajes; otros se dedicarán a los espectáculos de uno u otro tipo; algunos desearán dormir todo el día en hamaca, si pueden aguantar el aburrimiento. La labor de la educación será ayudar a cada individuo a que se encuentre, dentro de sí, la actividad que le proporcione la mayor felicidad, que llene su vida de interés, y que -entonces- seguramente contribuirá a la felicidad e interés de los demás. En la educación personalizada, una cosa puede conducir perfectamente a la otra. Un infante que desee aprender béisbol, y nada más, quizá llegue a interesarse en la lectura para poder leer sobre béisbol. O quizá le interese aprender aritmética para calcular las estadísticas de este deporte y, a la larga, descubra que le gustan más las matemáticas que el béisbol. Es más, ¿no podemos esperar que los intereses cambien con la edad, como algo rutinario? A los sesenta años, ¿por qué no puede haber alguien que repentinamente decida estudiar ruso, empezar con la química, aventurarse en el ajedrez, la arqueología o pegar tabiques? ¿Por qué no puede haber alguien de edad avanzada que se cambie de una colección de timbres a la física nuclear, o viceversa? Y a través de todos estos virajes y cambios, ¿por qué no debe existir el derecho inherente, siempre, de recibir ayuda del sistema de educación pública? Sin embargo, ¿cómo debemos administrar un sistema educativo que sea tan individual y unipersonal que permita que cada persona reciba educación de acuerdo a su propia inclinación y deseo, sin que importe lo que sea? Bien, suponga que los satélites de comunicación son cada vez más numerosos, polifacéticos y poderosos que hoy en día. Suponga que no son las microondas, sino os rayos láser, más capaces, los que se usen para llevar mensajes de la tierra al satélite y de vuelta a la tierra. Bajo estas circunstancias, habría lugar para muchos millones de canales separados para voz e imagen. Y puede imaginarse fácilmente que cada ser humano sobre la tierra podría tener una longitud de onda, asignada para su uso particular, del mismo modo que ahora puede tener asignado un número telefónico particular. Podemos imaginar que cada persona tiene un canal privado al cual puede añadirse, cuando lo desee, una máquina personal de enseñanza más polifacética e interactiva que cualquier cosa que pudiéramos ensamblar hoy en día, ya que durante el intervalo también habrá avanzado la tecnología de la computación. Razonablemente podemos tener la esperanza de que la máquina de enseñanza, programada para algún campo particular de estudio, será -sin embargo- lo suficientemente flexible y versátil para tener la capacidad para modificar su propio programa (es decir, “aprender”) como resultado de las órdenes del estudiante. En otras palabras, el estudiante puede hacer preguntas que la máquina puede contestar, o responder preguntas en una forma que la máquina pueda evaluar. Como resultado de lo que la máquina obtenga como contestación, puede ajustar la velocidad e intensidad de su curso instructivo, y hasta puede cambiar en cualquier dirección que indique el interés del estudiante.
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Temática: General
Descripción: Isaac Asimov 6 naciones de herencia europea en las Américas, Australia y sur de África, y llegaron a dominar en las tierras ya pobladas de África y Asia. Durante un período de cuatro y medio siglos la Tierra se volvió cada vez más europea. Tan sólo es en nuestra época cuando las naciones sumergidas han vuelto a ser libres. La fuerza impulsora detrás de las exploraciones todavía era muy práctica. Europa necesitaba seda, azúcar, especias y otras mercancías de Oriente. Sin embargo, las rutas terrestres eran difíciles y, además, estaban obstruidas por naciones musulmanas enemistadas con Europa. Lo que se necesitaba era una ruta marítima directa hacia Oriente que rodeara las tierras musulmanas. Durante el proceso se realizaron viajes heroicos, en los que se hizo frente a los peligros con absoluta determinación. También había peligros nuevos además de los ya conocidos de tormentas y calmas ecuatoriales. En 1497 el explorador portugués Vasco de Gama inició un viaje que, en nueve meses, lo llevó alrededor de África y hasta la India; fue el primer europeo que llegó a Asia a través del mar. Sin embargo, durante el viaje los marineros se enfermaron de escorbuto. Esta enfermedad resulta por una dieta carente de vitamina C. —presente en frutas y verduras frescas— pero en aquella época nadie lo sabía. Durante siglos el escorbuto siguió siendo el azote de los viajes largos, y fueron muchos los marineros que sucumbieron ante este mal. En 1519, el marinero portugués Fernando de Magallanes (al servicio de España) salió, con cinco navíos y 230 hombres, para llegar al Lejano Oriente viajando hacia occidente. Al circunnavegar el globo por primera vez, estos hombres resistieron un pasaje tormentoso a lo largo del Estrecho de Magallanes y los noventa y nueve días restantes para cruzar el Pacífico sin ver nada de Tierra; todos estuvieron a punto de morir de hambre cuando se terminaron sus provisiones. Aunque volvieron con una carga de especias que hicieron provechoso el viaje, pagaron un costo muy alto. Murieron doscientos doce hombres. El mismo Magallanes murió en una trifulca con los habitantes de las Islas Filipinas. Todavía más, tan sólo dieciocho hombres, que viajaron en un sólo barco, vivieron lo suficiente para poder ver España otra vez. Sin embargo, ni la enfermedad ni la muerte detuvieron a los exploradores. El éxito podría ser lucrativo, pero el atractivo de lo desconocido, mayor, hizo que la gente siguiera adelante en contra de todas las posibilidades. Los dieciocho sobrevivientes del viaje de Magallanes estaban bajo las órdenes de Juan Sebastián Elcano. Quizá usted piense que ya había tenido suficiente con los viajes, pero cuatro años después ya estaba viajando nuevamente por el Pacífico, donde murió. No fueron unos cuantos aventureros temerarios los que se enfrentaron a todo. Miles de europeos cruzaron el Atlántico, y no en búsqueda de oro, especias o ganancias, sino tan sólo para encontrar nuevos hogares donde pudieran vivir en paz. El costo fue muy alto. En 1587 cien hombres ingleses, junto con veinticinco mujeres y niños, se establecieron en la Isla Roanoke, frente a las costas de América del Norte. Cuatro años más tarde todos habían desaparecido. No sabemos qué les sucedió, pero probablemente los mataron los indios. Tuvo más éxito la colonia inglesa de Jamestown, Virginia, en 1607. Aún más, durante los diez años entre 1607 y 1617, se calcula que unas once mil personas vinieron a Virginia, pero la población de la colonia, en 1617, tan sólo era de mil personas. Las otras diez mil murieron. Aproximadamente unos cien peregrinos desembarcaron en Plymouth, Massachusetts, casi al final de 1620, pero tan sólo unos cuantos sobrevivieron al invierno. Pero nada detuvo la indomable determinación de salir a enfrentarse a lo desconocido; poco a poco la gente aprendió cómo aumentar el conocimiento y, junto con éste, la seguridad. Se construyeron mejores barcos. Se desarrollaron sistemas dietéticos para evitar el escorbuto. Así, en la década de los años 1770s, el capitán Cook sufrió la misma muerte que había tenido Magallanes, durante una trifulca con la gente que vivía en las islas de Hawai. Al siguiente siglo, cuando la población de Estados Unidos se desplazó en oleadas hacia el Oeste para poblar las nuevas tierras que habían pasado al control estadounidense, pagaron los precios de muchas vidas que se perdieron por hambre y violencia. Mientras tanto, se emprendieron las primeras grandes exploraciones de interés puramente científico, al mismo tiempo que los seres humanos comenzaron a explorar el Ártico y la Antártida.
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Temática: General
Descripción: Isaac Asimov 6 1 La revolución de un hombre Si Albert Einstein hubiera estado vivo el 14 de marzo de 1979, hubiera estado celebrando su centésimo cumpleaños. También hubiera estado observando un mundo de la ciencia que había revolucionado gracias a su trabajo. Nació en Alemania, en 1879, y en sus años de formación no hubo ninguna señal de que iba a ser una revolución intelectual provocada por un sólo hombre. En sus primeros años no mostró ninguna promesa en particular. De hecho, tardó tanto en aprender a hablar que había cierto sentimiento de que podría ser retrasado. En la preparatoria fue tan malo para el griego y latín que un maestro lo invitó a que abandonara el plantel diciéndole: "Einstein, nunca podrás hacer nada". Consiguió ingresar a una universidad suiza... con mucha dificultad. Logró graduarse... también con mucha dificultad. No podía encontrar trabajo como maestro hasta que, en 1901 y gracias a la influencia del padre de un amigo, logró obtener un puesto de funcionario menor en la Oficina de Patentes en Berna, Suiza. Ahí comenzó su trabajo para el que, afortunadamente, sólo necesitaba lápiz, papel y su profunda comprensión de las matemáticas. En 1905, cuando tenía 26 años, irrumpió en la conciencia del mundo científico con importantes documentos sobre tres temas diferentes. Una de las disertaciones trataba del efecto fotoeléctrico, por medio del cual la luz que cae sobre ciertos metales estimula la emisión de electrones. En 1902 se había descubierto que la energía de los electrones emitidos no dependía de la intensidad de la luz. Una luz brillante de cierto tipo particular podía causar la emisión de números mayores de electrones que una luz de menor intensidad del mismo tipo, pero no de otras más energéticas. Fue el asombro de los físicos de la época. Einstein aplicó el problema de la teoría de los cuantos que cinco años antes había elaborado Max Planck. Para explicar la forma en que las radiaciones eran despedidas por cuerpos a temperaturas diferentes. Planck había postulado que la energía salía en porciones discontinuas que él llamó "cuántos". Mientras mayor sea la frecuencia de la luz (y menor su longitud de onda), mayor energía había en los cuantos. Generalmente, en la época la teoría de los cuantos no persuadía a nadie ya que Planck parecía estar tan sólo jugando con los números para realizar un trabajo de ecuaciones. El mismo Planck dudaba que los cuantos existieran en la realidad, hasta que Einstein valoró al concepto. Einstein mostró que se necesitaba un cuanto con cierta cantidad de energía para expulsar un electrón de un metal dado. Por lo tanto, la luz con una frecuencia superior a cierto valor expulsaría electrones, y la luz con una frecuencia menor a ese valor no. Mientras mayor sea la frecuencia de la luz y los cuantos, más energía tendrán los electrones expulsados. Tan pronto como se descubrió que la teoría de los cuantos funcionaba en una dirección absolutamente inesperada, los científicos tuvieron que aceptarla. La teoría de los cuantos revolucionó todos los aspectos de la física y la química. Su aceptación indica el límite entre la "física clásica" y la física moderna"; Einstein tuvo —por lo menos— tanto que ver como Planck en el establecimiento de este límite. Por la hazaña, finalmente Einstein recibió el Premio Nobel de Física en 1921. Aún así, el efecto fotoeléctrico no fue la dirección en la que Einstein consiguió sus mayores efectos. En una segunda disertación en 1905, Einstein elaboró un análisis matemático del movimiento browniano, observado por primera vez tres cuartos de siglo antes. Entonces se había descubierto que objetos muy pequeños suspendidos en el agua, como granos de polen o partes de tinte, zangolotean por todas partes sin razón conocida. Einstein sugirió que las moléculas de agua hacían movimientos al azar, y que momento a momento unas cuantas moléculas más golpeaban al pequeño objeto desde una sola dirección que desde otra. Por lo tanto, el objeto suspendido primero era conducido en una dirección y después en otra. Einstein calculó una ecuación que gobernaba tal movimiento en la que, entre otras cosas, figuraba el tamaño de las moléculas de agua.
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Temática: General
Descripción: —Estamos en nuestro propio Sistema. —Sin duda; pero Sirio ocupa su parte del mismo y, en una conferencia interestelar, la Tierra no podrá hacer nada por modificar la situación, a menos que este dispuesta a empezar una guerra. La sentencia no admitía replica. Wess retorno a sus mandos, y la Shooting Starr, con un gasto mínimo de fuerza impulsora, utilizando al máximo la gravedad de Saturno, continúa descendiendo rápidamente hacia las regiones polares del planeta. Bajando cada vez mas, adentrándose en el dominio de lo que ahora ya era un mundo siriano y por cuyo espacio se movía un enjambre de naves sirianas, a unos ochenta billones de kilómetros de su patria planetaria y solo a mil millones de kilometres de la Tierra. En una gigantesca maniobra, Sirio había cubierto el noventa y nueve con novecientas noventa y nueve milésimas por ciento de la distancia que lo separaba de la Tierra y había establecido una base militar en el propio umbral de esta. Si se permitía que Sirio continuara allí, luego, en un movimiento repentino, la Tierra caería a la situación de potencia de segundo orden y quedaría a merced de Sirio. Y la situación política interestelar era tal que por el momento la Tierra, a pesar de toda su enorme instalación militar y de todas sus poderosísimas naves y armas espaciales, no podía hacer nada por remediar la situación. Solo quedaban tres hombres metidos en una nave pequeña por propia iniciativa y sin autorización de la Tierra, para tratar de invertir la situación utilizando su astucia y destreza, sabiendo que si los apresaban podían ejecutarlos sin formación de causa como espías (en su propio Sistema Solar y por unos invasores del mismo) y que la Tierra no podía mover ni un dedo para salvarlos. 2 - PERSECUCIÓN Solamente un mes atrás nadie habría pensado en aquel peligro, nadie habría tenido la más ligera idea, hasta que, de pronto, estallo en plena faz del Gobierno de la Tierra. Continua y metódicamente, el Consejo de Ciencias había ido limpiando el nido de espías robots que infestaba la Tierra y sus posesiones y cuyo poder había quebrantado Lucky Starr en las nieves de Io. Había sido una tarea ingrata y, en cierto modo, amedrentadora, porque el espionaje se realizó de manera eficiente y completa, y, además, estuvo a punto de dañar irremediablemente a la Tierra. Luego, en el ultimo momento, cuando la situación parecía completamente despejada por fin, apareció un resquicio en la estructura de recuperación, y Héctor Conway, consejero jefe, despertó a Lucky de madrugada. Se notaba a la legua que se había vestido precipitadamente y tema su hermoso cabello blanco revuelto y desordenado. Lucky, parpadeando medio dormido, le ofreció café y exclamo atónito: —¡Gran Galaxia, tío Héctor! —Lucky le llamaba así desde su infancia de niño huérfano, cuando Conway y August Henree eran sus tutores—. ¿Es que el circuito visiófono se ha estropeado? —No me he atrevido a confiarme al visiófono, hijo mío. Nos encontramos en un apuro espantoso. —¿En que sentido? —Lucky hizo la pregunta sosegadamente; pero al mismo tiempo se quito la parte superior del pijama y empezó a lavarse. John Bigman entro, desperezándose y bostezando. —¡Eh! ¿A que viene este ruido desamparado de Marte? —Pero al reconocer al consejero jefe despertó de pronto completamente—. ¿Algún conflicto, señor? —Hemos dejado que el Agente X se nos filtrase por entre los dedos.
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Temática: General
Descripción: —Oye, gusano —rezongó Bigman—, un día te daré lo que te mereces y te aseguro que... El aire silbó en el pequeño cubículo, y se abrió la escotilla interior. Dos hombres flotaron rápidamente por ella, esquivando los pies colgantes de Bigman. El primero, un individuo corpulento, de cabello oscuro y enorme bigote, preguntó: —¿Algún problema, caballeros? El segundo, más alto y delgado, con cabello rubio y un bigote tan grande como el de su compañero, añadió: —¿Podemos ayudarles en algo? —Pueden ayudarnos cediéndonos espacio —repuso Bigman, con aspereza—, y dejándonos quitar estos trajes. Mientras hablaba descendió al suelo de la cabina y procedió a quitarse el traje. Lucky ya se había despojado del suyo. Todos pasaron por la escotilla interior, la cual se cerró a sus espaldas. Los trajes espaciales, con la parte anterior helada por el frío del espacio, se estaban cubriendo de escarcha en tanto la humedad procedente del aire caliente de la nave se iba enfriando. Bigman los colocó, fuera del calor de la nave y de su aire húmedo, encima de las estanterías de baldosines, donde se fundiría el hielo. —Bien, veamos —murmuró el individuo del pelo oscuro—. Ustedes dos son William Williams y John Jones, ¿exacto? —Yo soy Williams —asintió Lucky, utilizando el seudónimo que en condiciones ordinarias era ya la segunda naturaleza para él. Los miembros del Consejo de Ciencias acostumbraban rehuir toda publicidad. Y resultaba altamente aconsejable en aquella ocasión, en vista de una situación tan confusa e incierta como era la de Venus. —Nuestros documentos están en orden —prosiguió Lucky—, según creo, y nuestro equipaje se halla a bordo. —Todo está en regla —concedió el del cabello oscuro—. Me llamo George Reval, y soy el piloto de la nave. Este es Tor Jolinson, mi copiloto. Despegaremos dentro de unos minutos. Si necesitan algo, díganlo, por favor. Los dos pasajeros fueron llevados a sus diminutos camarotes, y Lucky suspiró para sí. Jamás se encontraba totalmente cómodo en el espacio, salvo en su propia nave, la velocísima Shooting Starr, que en aquellos momentos descansaba en el hangar de la estación espacial. —Permítanme advertirles —manifestó Tor, con su profunda voz—, que una vez hayamos salido de la órbita de la estación espacial, ya no estaremos en caída libre, La gravedad volverá a atraer esta nave. Si ustedes sufren de mareo espacial... —¡Mareo espacial! —exclamó Bigman—. Vamos, sabandija planetaria, de niño aceptaba los cambios de gravedad mejor que tú ahora. —Apoyó un dedo en la mampara, efectuó una lenta voltereta, volvió a tocar la mampara y terminó con los pies a un centímetro del suelo—. Cuando te sientas realmente en forma, intenta esto. —¡Eh! —exclamó el copiloto, sonriendo—. Tienes mucha bravura en tu cuerpo de medio kilo, ¿verdad? —¡Medio kilo! —Bigman enrojeció al instante—. ¡Maldito chapucero... No continuó porque Lucky apoyó una mano en su hombro, y el marciano se tragó el resto del insulto. —Ya nos veremos en Venus —finalizó Bigman, con un gruñido. Tor aún estaba sonriendo. Siguió a su jefe al interior de la cabina de mandos, hacia la proa de la nave. —Oye —le preguntó Bigman a Lucky, desaparecida ya su furia—, ¿y esos bigotes? Nunca los había visto tan grandes.
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Temática: Ficción
Descripción: coreografía. —No necesitas preocuparte. La pieza que vas a grabar hoy... es de una de los estudiantes. —¡Oh, estupendo! Ya sabía que debí ponerme enfermo. ¿Cuál es el chiste? —¿Eh? —¿Por qué ha cambiado tu voz cuando has dicho «de una de los estudiantes»? —¡Maldita sea! — enrojeció ella—. Se trata de mi hermana. Norrey y yo somos viejos e íntimos amigos, pero no conocía a su hermana supongo que es una cosa corriente hoy en día. —Entonces, debe ser buena —dije, enarcando las cejas. —Vaya, gracias, Charlie. —Tonterías. Te haré un cumplido de inmediato..., o ninguno en absoluto. No hablo de herencia. Me refiero a que tienes una ética tan estricta que te inclinarías hacia atrás para evitar el nepotismo. Para otórgale a tu hermana un papel así, ha de ser «maravillosa». —Lo es, Charlie —asintió ella con toda sencillez. —Ya veremos. ¿Cómo se llama? —Shara. Norrey la señaló y comprendí el resto del chiste. Shara Drummond era diez años más joven que su hermana... y treinta y cinco centímetros más alta, con quince o veinte kilos más, con aire distraído, que era asombrosamente bella, si bien eso no desterró mi desánimo: en sus mejores años, Sofía Loren nunca hubiese sido una bailarina moderna. Norrey era baja; Shara, alta. Norrey era corpulenta; Shara, todavía más. De haberla visto en la calle, habría silbado apreciativamente..., pero en el estudio fruncí el entrecejo. —¡Dios mío, Norrey, es enorme! —El segundo esposo de mamá era futbolista —explicó ella, con tristeza—. Shara es muy buena. —Si es muy buena, esto es espantoso. Pobre chica... Bien, ¿qué quieres que haga por ti? —¿Por qué piensas eso? —Todavía estás aquí. —¡Oh!, sí, supongo que sí. Bueno..., almuerza con nosotras, Charlie. —¿Porqué? Yo lo sabía muy bien, pero esperaba una mentira cortés. Mas eso no iba con el carácter de Norrey Drummond. —Porque ambos tenéis dos cosas en común, creo. Le hice el cumplido de no parpadear. —Supongo que será así. —¿Accedes, pues? —Nada más acabar la sesión. Sus ojos chispearon y se marchó. En un tiempo relativamente corto, organizó el estudio, lleno de jóvenes que charlaban y se paseaban, y lo convirtió en algo semejante a un conjunto de baile. Hubo calentamiento durante veinte minutos, el tiempo que tardé en instalar y comprobar mi equipo. Coloqué mi cámara delante de ellos, con otra detrás, y sostuve una en mi mano para la labor de los primeros planos. No llegué a hacerla funcionar. Hay un juego que se realiza con la mente. Cada vez que alguien capta o atrae tu atención, entonces, tratas de adivinar su manera de ser. Intentas conocer su carácter y sus costumbres por medio de su aspecto. ¿Aquél? Descortés, desorganizado..., no tapa el tubo del dentífrico, y toma bebidas calientes. ¿Aquélla? Pertenece al tipo de las estudiantes de arte, es probable que use diafragma y escriba cartas con una caligrafía de su propia invención. ¿Aquéllos? Parecen profesores de Miami, que tal vez hayan venido a ver cómo es la nieve, y asisten a una convención. A menudo me
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Temática: General
Descripción: - Ya lo he pensado - repuso el técnico -. Es estable. Absolutamente estable. - Entonces no puede ser plutonio-186. - Se lo he dicho muchas veces, doctor. Hallara dijo, sin ninguna esperanza: - Bueno, devuélvame el frasco. Cuando volvió a encontrarse solo, estupefacto, se quedó mirando el frasco. El isótopo más estable del plutonio era el plutonio-240, en el cual eran precisos ciento cuarenta y seis neutrones para que los noventa y cuatro protones se mantuvieran unidos con alguna semblanza de estabilidad parcial. ¿Qué podía hacer ahora? La cuestión excedía sus facultades, y sentía haberla iniciado. Después de todo, tenia trabajos urgentes para hacer, y esto (este misterio) no le concernía en absoluto. Tracy habría cometido algún estúpido error o el espectrómetro de masas estaba averiado, o... Bueno, ¿y qué? ¡Sería mejor olvidarlo! Sólo que Hallara no podía hacerlo. Tarde o temprano, Denison aparecería por su oficina, y con aquella irritante sonrisa suya, le preguntaría por el tungsteno. Y entonces, que ¿podría responderle Hallam? Le diría: - Como ya le dije, no es tungsteno. Seguramente, Denison preguntaría: - ¡Oh! Pues, ¿qué es, entonces? Por nada del mundo Hallam quería exponerse a las burlas que suscitaría su afirmación de que era plutonio-186. Tenía que averiguar de qué se trataba, debía averiguarlo él solo. Era evidente que no podía fiarse de nadie. Así pues, unos quince días más tarde entró en el laboratorio de Tracy hecho un basilisco. - ¡Oiga! ¿No me dijo usted que esa sustancia no era radiactiva? - ¿Qué sustancia? - inquirió Tracy, automáticamente antes de recordarlo. - Aquello que usted llamó plutonio-186 - repuso Hallam. - ¡Ah! En efecto, era estable. - Tan estable como su estado mental. Si dice que o es radiactiva, su puesto está en una ferretería. Tracy frunció el ceño. - Muy bien, doctor. Démelo y hagamos la prueba - y luego exclamó -: ¡Increíble! Es radiactiva. No lucho, pero lo es. No comprendo cómo pude pasarlo por alto. - ¿Y quiere que me trague su cuento de que es plutonio-186? Ahora, el asunto obsesionaba a Hallam. El misterio había llegado a ser tan exasperante como una afrenta personal. Quienquiera que fuese el que había cambiado los frascos, o el contenido, debía haberlo ¡echo de nuevo o inventado un metal con el exclusivo propósito de ponerle en ridículo. En ambos casos, estaba dispuesto a llegar hasta el fin para resolver el acertijo, si se veía obligado a ello... y si podía. Le ayudaban su obstinación y una intensidad que o cejaba con facilidad, de modo que acudió directamente a G. C. Kantrovich, que entonces cursaba el último año de su notabilísima carrera. La colaboración de Kantrovich fue difícil de obtener, pero una vez convencido, se apasionó con celeridad. De hecho, dos días después se precipitó en la oficina de Hallam, dominado por una gran agitación. - ¿Ha tocado usted esta sustancia con las manos? - No mucho - dijo Hallam. - Pues no lo haga. Si tiene más cantidad, no la toque. Está emitiendo positrones. - ¿Cómo? - Los positrones más energéticos que he visto... Y sus cifras sobre su radiactividad son demasiado bajas.
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Temática: General
Descripción: —Lo sé, papá, pero fue durante muy poco tiempo y en cumplimiento de tu deber, y cuidaron de ti en una sociedad bien organizada. No es lo mismo. —Es lo mismo —remachó Baley con obstinación, aunque en el fondo sabía que no lo era—. Y no tardaremos tanto en poder marcharnos. Si lograra que me dieran la autorización para ir a Aurora, aceleraríamos las cosas. —Olvídalo. No será tan fácil. —Hemos de intentarlo. El gobierno no nos dejará marchar sin el visto bueno de Aurora. Es el mundo espacial más grande y poderoso y lo que ellos dicen... —¡Es ley! Lo sé. Hemos hablado miles de veces sobre esto. Pero no tienes que ir allí para obtener el permiso. Hay cosas como los hiperrelés. Puedes hablar con ellos desde aquí. Ya te lo he dicho muchas veces. —No es lo mismo. Necesitamos establecer contacto personal, y eso también te lo he repetido muchas veces. —En todo caso —repuso Ben—, aún no estamos preparados. —No lo estamos porque la Tierra no quiere darnos las naves. Los espaciales nos las darán, junto con la ayuda técnica necesaria. —¡Cuánta fe! ¿Por qué crees que los espaciales harían tal cosa? ¿Desde cuándo abrigan tan buenos sentimientos hacia unos seres de tan corta vida como los terrícolas? —Si pudiera hablar con ellos... —Ben se echó a reír. —Vamos, papá. Tú sólo quieres ir a Aurora para ver de nuevo a esa mujer. Baley frunció el ceño, y sus cejas se arquearon sobre los ojos hundidos. —¿Una mujer? Jehoshaphat, Ben, ¿de qué estás hablando? —¡Oh, papá! Entre nosotros, y sin que se entere mamá, ¿qué sucedió con aquella mujer de Solaria? Ya soy mayor. Puedes contármelo. —¿Qué mujer de Solaria? —¿Cómo puedes mirarme a la cara y hacerte el despistado hablando de una mujer a la que todos vimos en el drama emitido por hiperondas? Gladia Delmarre. ¡Esa mujer! —No sucedió nada. Esa emisión fue una estupidez. Te lo he dicho miles de veces. Yo no le interesaba. Ella no me interesaba. Todo aquello fue una patraña, y sabes que se hizo en contra de mi voluntad, sólo porque el gobierno pensó que contribuiría a que los espaciales nos miraran con buenos ojos. Y te aconsejo que no insinúes otra cosa a tu madre. —¡Ni soñarlo! De todos modos, esa Gladia fue a Aurora, y tú te empeñas en ir a Aurora. —¿Piensas sinceramente que mi razón para querer ir a Aurora...? ¡Oh, Jehoshaphat! —Su hijo enarcó las cejas. —¿Qué ocurre? —El robot. Es R. Gerónimo. —¿Quién? —Uno de los robots mensajeros de nuestro departamento. ¡Y ha venido hasta aquí! Es mi tarde libre y he dejado deliberadamente el receptor en casa porque no quería que me localizaran. Es mi privilegio como C-7 y, a pesar de ello, han enviado un robot en mi busca. —¿Cómo sabes que viene en tu busca, papá? —Simple deducción. Primero, aquí no hay nadie más que esté relacionado con el Departamento de Policía, y segundo, ese miserable chisme se dirige en linea recta hacia mí. Por eso deduzco que viene a buscarme. Debería esconderme detrás del árbol y no moverme de allí. —No es una pared, papá. El robot daría la vuelta al árbol. Y el robot llamó: —Amo Baley, tengo un mensaje para ti. Te reclaman en la jefatura. El robot se detuvo, esperó, y volvió a decir: —Amo Baley, tengo un mensaje para ti. Te reclaman en la jefatura.
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Temática: General
Descripción: Volvió a fijarse en Daneel. Esperaba pacientemente, con los planos de su rostro casi en la sombra. Se encontró pensando de nuevo en lo poco que había cambiado desde el día en que lo vio llegar a la vivienda del doctor Fastolfe, ¡Hacía ya tanto tiempo! Naturalmente había sufrido modificaciones, reparaciones. Lo sabia, pero era un conocimiento vago que uno apartaba y mantenía a distancia. Formaba parte de la general propensión al mareo que también afectaba a los seres humanos. Los espaciales podían presumir de una salud de hierro y de su longevidad de treinta o cuarenta décadas, pero no eran del todo inmunes a los estragos de la edad. Uno de los fémures de Gladia se encajaba en una articulación de titanio y silicona. Su pulgar izquierdo era totalmente artificial, aunque nadie podía decirlo sin la ayuda de cuidadosos ultrasonogramas. Incluso alguno de sus nervios había sido tensado de nuevo. Todo eso podía ser cierto en cualquier ser espacial de edad parecida, procedente de cualquiera de los cincuenta mundos del espacio (no, cuarenta y nueve, porque ahora Solaria ya no podía contarse). No obstante, cualquier referencia a estas cosas se consideraba una absoluta obscenidad. Las fichas médicas relativas al caso, que existían por si necesitara un tratamiento ulterior, jamás y por ninguna razón se revelaban. Los cirujanos, cuyos emolumentos eran considerablemente más altos que los del propio Presidente, estaban bien pagados, en parte, porque virtualmente estaban condenados al ostracismo. Para la sociedad, después de todo, "estaban enterados". Todo esto formaba parte de la obsesión espacial por la longevidad, y su desgana por admitir que la vejez existía, pero Gladia no se entretenía en analizar las causas. Estaba incesantemente inquieta pensando en sí misma. Si poseyera un mapa tridimensional de su persona con todas sus prótesis y reparaciones señaladas en rojo sobre el color gris de su autentico ser, parecería, de lejos, bañada en un aura totalmente rosada. Por lo menos así lo imaginaba. Sin embargo, su cerebro seguía intacto, completo, y mientras siguiera así, seguiría intacta y completa, ocurriera lo que ocurriese con el resto de su cuerpo. Esto la devolvió a Daneel. Aunque le conocía desde hacía veinte décadas, era solamente suyo desde el año pasado. Cuando Fastolfe murió (su muerte tal vez adelantada por la desesperación) le legó todo a la ciudad de Eos, lo cual solía ser habitual. Pero había dos artículos que legó a Gladia (aparte de asegurarle la propiedad de su vivienda y sus robots y otros enseres, así como el terreno en que se asentaba). Uno de ellos era Daneel. —¿Recuerdas todo lo que has almacenado en tu memoria en el curso de veinte décadas, Daneel? —preguntó Gladia. —Ya lo creo. Claro que si olvidara algún dato no lo sabría porque al olvidarlo no recordaría haberlo memorizado. —Esto no tiene sentido —objetó Gladia—. Podrías recordar haberlo conocido, pero ser incapaz de pensar en ello en aquel momento. Yo he tenido frecuentemente cosas en la punta de la lengua, por decirlo así, y ser incapaz de recuperarlas. —No lo comprendo, señora. Si yo conociera algo, seguramente que lo tendría en el momento en que lo necesitara. —¿Recuperación perfecta? Iban caminando lentamente hacia la casa. —Simple recuperación, señora. Estoy programado así. —¿Por cuánto tiempo? —No comprendo. —Quiero decir, cuánto tiempo resistirá tu cerebro. Con algo más de veinte décadas de recuerdos acumulados, ¿cuánto tiempo más seguirá? —No lo sé, señora. Por ahora no experimento ninguna dificultad.
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Temática: General
Descripción: ACERCA DE NADA Los caprichos del alfabeto sitúan la historia más corta del libro en su principio. No importa. Pueden ustedes leerla en un minuto y, si no les gusta, pueden tirar el libro a la basura. (Pero páguenlo primero, si no les importa.) Lo que ocurrió fue que allá en 1975 se me pidió que escribiera una historia de doscientas cincuenta palabras que cupiera en una tarjeta postal. La idea era editar «postales con historias», del mismo modo que se editan «postales con imágenes». Decidí complacer a los que me hicieron la solicitud (puesto que soy un tipo de lo más complaciente), y Acerca de Nada fue el resultado. No sé qué ocurrió con el proyecto. Probablemente fracasó. En cualquier caso, yo ofrecí Acerca de Nada al Isaac Asimov’s Science Fiction Magazine (al que de aquí en adelante me referiré como Asimov’s), y George Scithers, el director, condescendió graciosamente a considerar la historia con una sonrisa y a incluirla en el número de verano de 1977 de la revista. Y aquí está ahora, en otra encarnación. Si no han visto ninguna antes, pueden gruñir en voz alta. Toda la Tierra aguardaba a que el pequeño agujero negro la arrastrara hasta su fin. Había sido descubierto por el profesor Jerome Hieronymus a través del telescopio lunar en 2125, y a todas luces iba a acercarse lo suficiente como para crear una marea de destrucción total. Toda la Tierra hizo testamento, y la gente lloró, los unos en los hombros de los otros, diciéndose «Adiós, adiós, adiós». Los maridos dijeron adiós a sus mujeres, los hermanos dijeron adiós a sus hermanas, los padres dijeron adiós a sus hijos, los amos dijeron adiós a sus mascotas, y los amantes se susurraron adiós al oído. Sin embargo, a medida que el agujero negro se acercaba, Hieronymus notó que no había efecto gravitatorio. Lo estudió más atentamente y anunció, con una risita, que después de todo no se trataba en absoluto de un agujero negro. -No es nada -dijo-. Simplemente un asteroide vulgar al que alguien pintó de negro. Fue muerto por una multitud enfurecida, pero no por eso. Fue muerto tan sólo después que anunciara públicamente que iba a escribir una gran y emocionante obra acerca del episodio. Dijo: -La titularé Mucho adiós acerca de nada. Toda la Humanidad aplaudió su muerte. ENCAJAR PERFECTAMENTE Últimamente, y bastante a menudo, se me pide que escriba una historia de ciencia ficción que encaje con un tema en particular, y entonces es para mí un asunto de orgullo personal salir airoso del encargo, si su lado financiero encaja también conmigo. En este caso en particular, una publicación dedicada a la tecnología de computadoras me dijo que deseaba dos mil quinientas palabras (porque según la tarifa por palabra que les sugerí, ese era el número de palabras que les permitía su presupuesto) acerca de una sociedad futura en la cual la incapacidad de utilizar la tecnología de las computadoras
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